martes, 6 de octubre de 2020

La primera vía de Tomas de Aquino


 «La primera vía, así como la más obvia, se basa en la existencia del movimiento. Es verdadero y de hecho evidente a nuestros sentidos que algunas cosas del mundo se mueven. Todo lo que se mueve, sin embargo, lo hace a causa de otra cosa, ya que nada puede moverse a menos que ese movimiento esté potencialmente en él». Éste es el primer punto. Sin embargo, ¡ay!, es incorrecto: el error de Aristóteles se repite a lo largo de los siglos. Quizá es por eso por lo que los compañeros de clase de Aquino lo llamaban el «buey mudo».  

viernes, 2 de octubre de 2020

Acteón


Heroes y dioses de la antigüedad

A Acteón se le representa mientras ve a Diana bañándose en la fuente o bien metamorfoseándose en ciervo o despedazado por los perros.

Acteón era un experto cazador, que habia aprendido el arte venatoria de Quirón, el más sabio de todos los centauros y educador de los héroes más famosos, como Aquiles y Peleo.

Un dia, durante una cacería de ciervos con perros, Acteón vio a Diana junto a una fuente, refrescándose en compañía de las ninfas. Apenas se da cuenta de la presencia de Acteón, la diosa de la caza, resentida por el atrevimiento del joven, le arrojó agua sobre la cara y en castigo lo transtorma en ciervo.
Huyendo, el cazador se sorprendió de ser tan veloz en la carrera, hasta que, reflejándose en una fuente, descubrió su nuevo aspecto. Sorprendido y desesperado, inseguro sobre que hacer, fue descubierto por los perros, que se lanzan en su persecución y, tras alcanzarlo, lo matan.

El mito de Acteón es uno de los más representados por los artistas. Generalmente se le presenta en el momento en que ve a Diana y ya se está produciendo la metamorfosis. Otras veces  el descubrimiento de la diosa y la agresión de los perros están separados.

martes, 29 de septiembre de 2020

Aquino sobre la no existencia de Dios


Los argumentos de Aquino sobre la no existencia de Dios Como parte de la investigación titulada «Si Dios existe», Aquino observa que parecería que Dios no existe, ya que si una de dos cosas contrarias es infinita, su contraria sería completamente destruida. 

Como por «Dios» entendemos algo infinitamente bueno, se sigue que, si Dios existiera, el mal no existiría. Sin embargo, el mal existe en el mundo. Por lo tanto, Dios no existe. 

En segundo lugar, añade con brío, «no se deben agregar elementos de forma innecesaria en una explicación». Parecería que podemos explicar todo lo que hay en el mundo suponiendo que Dios no existe. Todos los efectos naturales pueden remitirse a causas naturales, y todos los efectos artificiales encuentran su causa en la razón y la voluntad humanas. Así pues, no hay necesidad de suponer que Dios existe. 

Reflexionando sobre las posibles debilidades de este argumento, la refutación de Aquino del primer punto es muy poco entusiasta. Recuerda meramente que san Agustín señaló que «como Dios es el bien supremo, no permitiría ningún mal en su obra a menos que fuera tan omnipotente y bueno que pudiera hacer surgir el bien incluso de lo malo». 

Aquino no lo dice, pero queda bastante claro que esta afirmación ni se acerca a la solución del problema. Evidentemente, un Dios todopoderoso y bondadoso podría y debería preferir hacer surgir lo bueno de lo bueno. ¿Por qué originar lo malo? La discusión de Aquino sobre los argumentos contra la existencia de Dios es bastante más detallada. «Debe decirse que la existencia de Dios puede probarse mediante cinco vías».

martes, 22 de septiembre de 2020

Anselmo sobre la existencia de Dios


Los filósofos, para no mencionar a la Iglesia, han tendido a enfatizar los argumentos del Aquinate a favor de la existencia de Dios en mucha mayor medida que sus excelentes, auténticos y contundentes argumentos en contra. Al tocar este tema, probablemente esperaba mejorar los argumentos que había sostenido el otro santo Tomás dos siglos antes que él. En 1077, después de mucho pensar, Tomás Anselmo presentó su prueba de la existencia de Dios, conocida como «argumento ontológico». Este argumento, planteado en forma de plegaria a Dios, comienza con una descripción Suya como «algo tan grande que nada mayor puede ser concebido». La lógica de este argumento es que como todo el mundo acepta que —por definición—Dios es el ser más grande que puede concebirse y, en segundo lugar, que Dios existe por lo menos en tanto que podemos formarnos un concepto de Él (es decir, existe «en el entendimiento»), sólo necesitamos dar un pequeño paso más para darnos cuenta de que Dios también existe «en realidad». Y este paso es posible gracias a la tercera e ingeniosa premisa del argumento, que afirma que algo que existe en realidad, además de en teoría, es más grande que algo que sólo existe en el entendimiento. Como Dios es el ser más grande que puede concebirse, debe existir en la realidad tanto como en el entendimiento. Los monjes consideraron que esta demostración de la existencia de Dios constituía un triunfo. Pero tenía una debilidad: limitaba la existencia de Dios a una mera definición. Aquino pensó que podía hacerlo mejor.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Tales de Mileto y el eclipse


Tales de Mileto (640-535 a. C.). El primero y más famoso de los siete sabios de Grecia. Su vida está envuelta en la bruma de la leyenda. Fue el primer filósofo jónico. Recorrió Egipto, donde hizo estudios, poniéndose en contacto de este modo con los misterios de la religión egipcia. Se le atribuye el haber predicho el eclipse del 585 a. C..

Este eclipse total, visible en la Asia Menor, tuvo lugar el 28 de mayo de 585 a. C,​ (Calendario Juliano). Según Heródoto, este eclipse solar había sido previsto por Tales de Mileto. Aquel día, el ejército del rey Medo Ciáxares, que anteriormente había acabado con el imperio Asirio, se encontraba a orillas del río Kizilirmak con la intención de conquistar el Reino de Lidia.

Finalmente, a Tales también se le atribuye el haber realizado la medición de las pirámides, mediante las sombras que proyectan. Fue el primero en dar una explicación de los eclipses. 

jueves, 17 de septiembre de 2020

Tomás de Aquino - camino a la santidad


El camino de Tomás hacia la santidad no careció de obstáculos. Ante todo, durante su camino para ingresar en el monasterio, dos de sus hermanos saltaron de entre unos arbustos y lo raptaron, para hacerlo luego prisionero en un castillo y ofrecerle toda clase de tentaciones. 

Aún peor, en 1277 el arzobispo de París intentó que Tomás fuera condenado formalmente por hereje. Pasar de herético en 1277 a santo en 1323 constituye toda una resurrección…

¿Pero cuál fue el verdadero Tomás?

De todas las obras principales de Tomás, ninguna lo es tanto como su Summa Theologica, o «compendio de teología». Se trata de un verdadero magnum opus, y consiste en más de 518 preguntas y 2652 respuestas. El Doctor Angélico trabajó en ella durante siete años, entre 1266 y 1273. 

La Summa está escrita, según el estilo de los tiempos, en forma de «disputas». A la gente del Medioevo, y no sólo a sus filósofos, les encantaban estas disputas formales (conocidas como obligationes) en las que los oponentes estaban obligados a asentir, disentir o bien a dudar de las afirmaciones planteadas. El primero que se contradecía a sí mismo perdía.

Una celebrada disputa involucraba la teoría de Aristóteles que plantea que los objetos similares a las lanzas caen sin remedio directamente al suelo cuando son arrojados debido a la presión del aire, que los empuja en su trayectoria. En este caso, se consideró que el aristotélico había perdido cuando tuvo que considerar si afilar la punta de la lanza ocasionaría alguna diferencia. Pero, para Aquino, ésta era tan sólo una cuestión trivial. La primera disputa de la Summa Theologica trata, en cambio, de la naturaleza de la teología, mientras que la segunda discurre sobre la existencia de Dios.

martes, 8 de septiembre de 2020

Tomás de Aquino


Tomás de Aquino (1225-1274) tenía sobrepeso, sufría de hidropesía y tenía un ojo grande y otro pequeño, detalle que lo hacía parecer permanentemente ladeado. De niño se mantenía en silencio casi todo el tiempo y, cuando finalmente hablaba, por lo general lo que decía no tenía nada que ver con la conversación que se estaba sosteniendo. De modo que decidió hacerse filósofo y monje. 


En eso tuvo mucho éxito. De hecho, en 1323 Tomás fue canonizado (proclamado santo) por el papa Juan XXII, y en 1567 (con más pompa) fue reconocido como «doctor de la Iglesia», y en adelante sería llamado oficialmente «Doctor Angélico». 

En 1879, en el Concilio de Trento, cuando la Iglesia se enfrentaba al escepticismo de la revolución industrial, se recurrió, además de a la Biblia, a los escritos de Tomás. 

Después, el papa León XIII recomendó a Aquino ante los creyentes como su más seguro guía hacia los valores cristianos, y como lectura esencial para los estudiantes de teología.

viernes, 17 de abril de 2020

El hombre en busca de sentido - parte 2


El presente relato, aun siendo breve, está elaborado con arte y garra. Yo lo he leído dos veces de un tirón, incapaz de desprenderme de su hechizo. En alguna parte, hacia la mitad del libro, Frankl presenta su propia filosofía de la logoterapia: lo hace como sin solución de continuidad y tan quedamente que sólo cuando ha terminado el libro el lector se percata de que está ante un ensayo profundo y no ante un relato más, forzosamente, sobre campos de concentración. Es mucho lo que el lector aprende de este fragmento autobiográfico: aprende lo que hace un ser humano cuando, de pronto, se da cuenta de que no tiene «nada que perder excepto su ridícula vida desnuda». 

La descripción que hace Frankl de la mezcla de emociones y apatía que se agolpan en la mente es impresionante. Lo primero que acude en nuestro auxilio es una curiosidad, fría y despegada, por nuestro propio destino. A continuación, y con toda rapidez, se urden las estrategias para salvar lo que resta de vida, aun cuando las oportunidades de sobrevivir sean mínimas. El hambre, la humillación y la sorda cólera ante la injusticia se hacen tolerables a través de las imágenes entrañables de las personas amadas, de la religión, de un tenaz sentido del humor, e incluso de un vislumbrar la belleza estimulante de la naturaleza: un árbol, una puesta de sol. Pero estos momentos de alivio no determinan la voluntad de vivir, si es que no contribuyen a aumentar en el prisionero la noción de lo insensato de su sufrimiento. Y es en este punto donde encontramos el tema central del existencialismo: vivir es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. 

Si la vida tiene algún objeto, éste no puede ser otro que el de sufrir y morir. Pero nadie puede decirle a nadie en qué consiste este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la responsabilidad que su respuesta le dicta. Si triunfa en el empeño, seguirá desarrollándose a pesar de todas las indignidades. Frankl gusta de citar a Nietzsche: «Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo». 

En el campo de concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros. Todas las metas de la vida familiar han sido arrancadas de cuajo, lo único que resta es «la última de las libertades humanas», la capacidad de «elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias». Ésta última libertad, admitida tanto por los antiguos estoicos como por los modernos existencialistas, adquiere una vívida significación en el relato de Frankl. Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos al elegir ser «dignos de su sufrimiento» atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino. 

Como psicoterapeuta que es, el autor quiere saber cómo se puede ayudar al hombre a alcanzar esta capacidad, tan diferenciadoramente humana, por otra parte. ¿Cómo puede uno despertar en un paciente el sentimiento de que tiene la responsabilidad de vivir, por muy adversas que se presenten las circunstancias? Frankl nos da cumplida cuenta de una sesión de terapia colectiva que mantuvo con sus compañeros de prisión. A petición del editor, el Dr. Frankl ha añadido a su autobiografía una breve pero explícita exposición de los principios básicos de la logoterapia. Hasta ahora casi todas las publicaciones de esta «tercera escuela vienesa de psicoterapia» (son sus predecesoras las escuelas de Freud y Adler) se han editado preferentemente en alemán, de modo que el lector acogerá con agrado este suplemento del Dr. Frankl a su relato personal. 

A diferencia de otros existencialistas europeos, Frankl no es ni pesimista ni antirreligioso; antes al contrario, para ser un autor que se enfrenta de lleno a la omnipresencia del sufrimiento y a las fuerzas del mal, adopta un punto de vista sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente y orientadora. Recomiendo calurosamente esta pequeña obrita, por ser una joya de la narrativa dramática centrada en torno al más profundo de los problemas humanos. Su mérito es tanto literario como filosófico y ofrece una precisa introducción al movimiento psicológico más importante de nuestro tiempo.

Gordon W. Allport, antiguo profesor de psicología de la Universidad de Harvard, fue uno de los escritores y docentes más prestigiosos de los Estados Unidos. Publicó numerosas obras originales sobre psicología y fue director del «Journal of Abnormal and Social Psycbology».


jueves, 16 de abril de 2020

El hombre en busca de sentido - parte 1


El presente texto es la primera parte del prefacio del libro "El hombre en busca de sentido" de Víctor Frankl.

El Dr. Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos, más o menos importantes: «¿Por qué no se suicida usted?». Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar; a un tercero, quizás, sólo unos cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido. Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable es el objeto con que se enfrenta la logoterapia, que es la versión original del Dr. Frankl del moderno análisis existencial. 

En esta obra, el Dr. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Sus padres, su hermano, incluso su esposa, murieron en los campos de concentración o fueron enviados a las cámaras de gas, de tal suerte que, salvo una hermana, todos perecieron. ¿Cómo pudo él —que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio—, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla? El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente. Las palabras del Dr. Frankl tienen un tono profundamente honesto, pues se basan en experiencias demasiado hondas para ser falsas. 

Dado el cargo que hoy ocupa en la Facultad de Medicina de Viena y el renombre que han alcanzado las clínicas de logoterapia que actualmente van desarrollándose en los distintos países tomando como modelo su famosa Policlínica Neurológica de Viena, lo que el Dr. Frankl tiene que decir adquiere todavía mayor prestigio. Es difícil no caer en la tentación de comparar la forma que el Dr. Frankl tiene de enfocar la teoría y la terapia con la obra de su predecesor, Sigmund Freud. Ambos doctores se aplican primordialmente a estudiar la naturaleza y cura de las neurosis. Para Freud, la raíz de esta angustiosa enfermedad está en la ansiedad que se fundamenta en motivos conflictivos e inconscientes. 

Frankl diferencia varias formas de neurosis y descubre el origen de algunas de ellas (la neurosis noógena) en la incapacidad del paciente para encontrar significación y sentido de responsabilidad en la propia existencia. Freud pone de relieve la frustración de la vida sexual; para Frankl la frustración está en la voluntad intencional. Se da en la Europa actual una marcada tendencia a alejarse de Freud y una aceptación muy extendida del análisis existencial, que toma distintas formas más o menos afines, siendo una de ellas la escuela de logoterapia. Es característico del abierto talante de Frankl el no repudiar a Freud, antes bien construye sobre sus aportaciones; tampoco se enfrenta a las demás modalidades de la terapia existencial, sino que celebra gustoso su parentesco con ellas.

Gordon W. Allport, antiguo profesor de psicología de la Universidad de Harvard, fue uno de los escritores y docentes más prestigiosos de los Estados Unidos. Publicó numerosas obras originales sobre psicología y fue director del «Journal of Abnormal and Social Psycbology».

martes, 7 de abril de 2020

Agujeros negros


Cuando una estrella muere, puede nacer un agujero negro. La estrella moribunda se colapsa sobre sí misma, haciéndose cada vez más pequeña y densa, hasta reducirse a un solo punto de radio cero y densidad infinita. A ese punto se le llama singularidad, y es tan denso que ni siquiera la luz cercana puede escapar de su fuerza gravitatoria. 

Todo aquello que esté próximo a la estrella es absorbido. Cuando se lanza un cohete al espacio, es necesario que vaya lo suficientemente rápido como para escapar a la atracción gravitacional de la Tierra. Si no logra alcanzar su velocidad de escape, simplemente vuelve a caer a la superficie del planeta. 

La atracción gravitacional de un agujero negro es tan fuerte que la velocidad de escape es superior a la de la luz, y por tanto nada puede escapar de su influjo porque nada puede ir más rápido que la luz. La frontera que rodea la singularidad y marca el lugar en el que la velocidad de escape es igual a la de la luz se conoce como horizonte de eventos. 

Cualquier cosa que caiga dentro de ese límite será absorbida por la singularidad. Por supuesto, todo esto no es sino teoría. No podemos ni siquiera ver un agujero negro, puesto que no emiten luz. Sabemos de su existencia únicamente porque las masas de los objetos en el espacio interactúan entre sí. Un número elevado de estrellas orbitando alrededor de un punto oscuro indica que allí puede haber un agujero negro. 

Además, las singularidades son tan densas que pueden modificar la trayectoria de la luz. Así, los científicos pueden ver a veces desde la Tierra varias imágenes de una misma estrella, deduciendo así que entre nosotros y ella debe de haber un agujero negro. Los agujeros negros son todo un enigma para los físicos. Parecen desafiar la ley de la mecánica cuántica que establece que la energía ni se crea ni se destruye. 

La luz absorbida por la singularidad parece destruirse, puesto que se comprime en un espacio infinitamente pequeño. Pero si de una forma u otra no fuera así, ¿podría escapar algún día? ¿Puede un agujero negro revertirse a sí mismo? Éstas son algunas de las cuestiones sin respuesta enunciadas por los astrofísicos. 

OTROS DATOS DE INTERÉS 
1. No hay nada que indique que los agujeros negros absorberán toda la energía del universo, pues sólo atraen a aquellos objetos que cruzan su horizonte de eventos. 

2. Albert Einstein, repudiando los principios de la mecánica cuántica, dijo una vez: «Dios no juega a los dados con el universo». Al respecto de los agujeros negros, Stephen Hawking afirmó: «Dios no sólo juega a los dados, sino que además a veces los tira donde nadie pueda verlos». 

3. Si usted quisiera cruzar el horizonte de eventos de un agujero negro, a alguien que observara desde fuera le parecería que cada vez se mueve más despacio pero que nunca llega a sobrepasarlo. La ilusión se explica por la inmensa gravedad del agujero negro, que atrae la luz que usted emite, haciéndola tardar cada vez más en llegar al observador que la mira desde lejos. Sin embargo, desde su punto de vista, usted cruzaría el horizonte de eventos y no le ocurriría nada especial hasta ser aplastado hasta la muerte dentro de la singularidad.

domingo, 5 de abril de 2020

Agustin y la amistad



Según Agustín, es la amistad —la insondable seductora de la mente la verdadera fuente del mal. Hay un encanto engañoso en la fraternidad, en la misma camaradería de grupo. «Así como también es dulce para los hombres la amistad, que con sabroso nudo hace de muchas almas una sola». 

Pero al abrazar este bien menor, «así es como fornica el alma: cuando se aparta de ti, busca fuera de ti lo que no puede hallar puro y sin mezcla sino cuando vuelve a ti». Dice Agustín: «De haber andado solo no habría cometido tal hurto, ya que no me interesaba la cosa robada sino el hurto mismo y no habría de cierto hallado gusto en ello sin una compañía». Sin embargo, esta fornicación social es difícil de eliminar. 

Ya en el Libro 10 y muchas confesiones más tarde, después incluso de clasificar los usos tolerables y los pecaminosos de la comida y la música, Agustín es todavía incapaz de decidir la categoría de la conversación y la compañía de los amigos. 

«En los otros géneros de tentaciones tengo algún arbitrio y facultad para examinarme a mí mismo, y conocer en qué disposición me hallo, pero en esta materia casi no hay medio alguno por donde conocerlo». 

Su pena al morir su madre y más tarde un amigo le recuerda cuán lejos se encuentra todavía de Dios. ¡Peor! Una vez sacudido por la muerte de este amigo, siempre anticipará la muerte de otros, aferrándose a las amistades pasajeras con mayor tenacidad, sintiendo la pérdida aun antes de que ocurra, descendiendo todavía más hacia un estado egocéntrico, más y más abajo…¡Ay! La fábula de la sociedad humana, la ilusión de la propia trascendencia, «es lo que amamos en nuestros amigos».

 De este modo, las Confesiones describen la amistad como una «simpatía adúltera», declarando que «todas las relaciones humanas, incluso las más nobles amistades, pueden transmitir el pecado original». Puede parecer rudo, pero (como recuerda Agustín a sus lectores de La ciudad de Dios) la lujuria, o «concupiscencia carnal», reside en el alma, no en el cuerpo. 

Cuando un alma es atraída —con perversión o de otro modo—a otro cuerpo, o alma, o a ambos, se genera una relación o transacción social. La «concupiscencia amistosa» es un trance oscuro, de difícil control, y que presenta complicaciones para volver a los límites privados de uno, las cosas buenas que han sido creadas por Dios. 

Ay, la raza humana es, «más que cualquier otra especie», social por naturaleza. Más aún, como somos una raza que muere desde su nacimiento, no hay manera de sustraernos de la desesperación y permanecer cuerdos sin abrazar la orgullosa y masiva «fábula» de la grandeza social y la inmoralidad. 

Así pues, ¿qué podemos hacer? Afortunadamente, hay una manera de evitar este peligroso mal: Agustín nos anuncia que la justicia nos viene de la muerte. ¡Alegría! «Entonces se le dijo al hombre: “Morirás por tus pecados”. Y ahora se les dice a los mártires: “Muere, en lugar de pecar”». 

Ya por entonces, algunos intelectuales cristianos se quejaron de que Agustín hacía parecer que había sido el demonio el creador de la humanidad. Les parecía absurdo afirmar que los niños estaban ya traspasados por la culpa en el vientre de sus madres, y creían que esto contradecía el amor y la justicia de Dios. Algunos se quejaron de la influencia maniquea que se dejaba sentir en las descripciones de Agustín sobre el mal y el mundo terrenal. 

Un monje galés llamado Morgan pero conocido como Pelagio, argumentó que, como el pecado es una aflicción del alma y no del cuerpo, no puede ser transmitido a través del sexo, generación tras generación. Insistió en que las personas pueden elegir entre el bien y el mal, y que más que nacer pecadores, la gente no tiene excusas para cometer pecado. 

También quería reformar la Iglesia y criticó a Agustín por favorecer a los adinerados, afirmando que un hombre rico seguramente está perdido para el Señor. Agustín se alarmó ante el desprecio del monje por el rito del bautismo, así como por la perspectiva de que los ricos (que, evidentemente, lo eran por la gracia de Dios) tuvieran que arruinarse distribuyendo sus riquezas entre las masas fornicadoras en lugar de ceder sus tierras a los monasterios católicos. 

De modo que persuadió al papa, no sin cierta dificultad, de que «excomulgara» a Pelagio. El monje fue obligado a volver a Gran Bretaña y permanecer allí durante el resto de su vida.

sábado, 4 de abril de 2020

Agustín y sus revelaciones


San Agustín era también un gran defensor de la moral de la esclavitud, que remontó al «justo» Noé, quien «estigmatizó el pecado de su hijo» con ese nombre y estableció el principio de que los buenos tienen derecho a utilizar a los pecadores. Así lo explica en La ciudad de Dios: «Así pues, la primera causa de la servidumbre es el pecado; que se sujetase el hombre a otro hombre con el vínculo de la condición servil, lo cual no sucede sin especial providencia y justo juicio de Dios, en quien no hay injusticia y sabe repartir diferentes penas conformes a los méritos de las culpas». 

Durante el diluvio, todos excepto un puñado de hombres fueron apartados como pecadores. ¿Pero cómo supo Agustín todo esto? Después de todo, no sale en la Biblia. No importa que la Biblia nunca mencione el «pecado original» como tal, y en realidad la idea de Agustín de que las generaciones actuales deben hacerse responsables de la Caída de Adán está en flagrante contradicción con algunos pasajes, como por ejemplo Ezequiel 18, donde se afirma que sólo el pecador morirá y que sus hijos son inocentes. De hecho, al igual que Tertuliano, la autoridad que Agustín reconoce es únicamente la de Dios en persona. 

Agustín consideraba que las «revelaciones» eran verdaderas, aunque aparentemente estuvieran en contradicción directa con la Biblia. «La revelación divina, no la razón, es la fuente de toda verdad». Las verdaderas normas éticas celestiales no están formuladas por la sola razón, sino que son reveladas por Dios. La verdad cristiana no descansa en la excelencia teorética o en la consistencia lógica; es verdadera porque su fuente es Dios. Y, como el obispo Orígenes antes que él, Agustín interpretó las Escrituras de forma alegórica. 

La Biblia, creía él, ha sido velada por Dios para discernir a los dignos de los indignos entre aquellos que Lo buscan. Las ambigüedades sólo proveen nuevas facetas de la verdad, para que ésta pueda ser descubierta. En cambio, es una secta cristiana, los maniqueos, la autoridad que Agustín se decide a consultar. De joven, Agustín había sido un defensor entusiasta de los maniqueos, aunque más tarde se convirtiera en su enemigo declarado, escribiendo largo y tendido sobre sus perversos errores. 

Los maniqueos, que (como Agustín) estaban influenciados por Platón, creían que hay una lucha perpetua entre los dos eternos principios de la Luz y las Tinieblas, y que nuestras almas son partículas de la Luz que han sido atrapadas por las Tinieblas del mundo físico. La lección que le ofrecieron a Agustín fue la de que toda la creación (la carne) es mala. El sexo, en particular, es pecado, sin excepción del que se lleva a cabo dentro de la institución del matrimonio y con fines de procreación. Incluso le aconsejaban a cualquiera que tuviera un bebé que lo abandonara de inmediato en la ladera de alguna colina, de modo que pereciera. Pero, ahora se daba cuenta Agustín, los maniqueos no estaban siendo muy perspicaces. 

No era suficiente con evitar el sexo: ¿acaso el pecado y el egoísmo no se encuentran ya en el infante, que gorgojea celosamente en el pecho de su madre? «Tengo la experiencia de un niño que conocí», escribe Agustín. No podía aún hablar, pero se ponía pálido y miraba con torvos ojos a su hermano de leche. […] No hay inocencia en excluir de la fuente abundante y generosa a otro niño mucho más necesitado y que no cuenta para sobrevivir sino con ese alimento de vida. 

O recordemos, como hace profusamente Agustín, el incidente del peral. Era el tiempo de su despreocupada juventud cuando Agustín y sus amigos robaron unas peras del jardín de un vecino. Como las peras en realidad estaban pasadas, él no tenía hambre y, en cualquier caso, tenía mejores peras en casa, no pudo explicar el hecho más que atribuyéndoselo, evidentemente, a la «detestable malicia que amé; lo que amé no era lo defectuoso, sino el defecto mismo». 

No parecía ser nada más ni menos que un acto de total deliberación, que reflejaba (como diría Hannah Arendt muchos años después, a propósito de los campos de concentración nazis) la «banalidad» del mal, tanto más claramente en su aparente insignificancia. Pero Agustín acaba por darse cuenta —en un súbito arrebato de inspiración de que él nunca podría haberse interesado por sí mismo en esas peras. Lo hizo porque estaba con sus amigos. «¡Oh, enemiga amistad!».

viernes, 3 de abril de 2020

Agustín y el pecado


Unos años después, Agustín volvió al norte de África, pero ahora como asistente del arzobispo de Hipona, a quien acabó reemplazando al cabo de poco tiempo. Más tarde, comenzó a escribir sus Confesiones, La ciudad de Dios y muchas otras obras, que se convirtieron en declaraciones oficiales de la Iglesia. La tentación de la atracción sexual consiste en saltárselas todas. 

Para Agustín y su madre, la conexión entre el deseo sexual y cometer pecado era natural o, más bien, inevitable. En El matrimonio y la concupiscencia, Agustín deja claro que, desde su punto de vista, la lujuria es el vehículo del «pecado original», un término para designar el «primer pecado» cometido en el Jardín del Edén, originalmente acuñado por Tertuliano de Cartago (un nombre que le iba bastante bien) en el siglo II de nuestra era. 

Cabe destacar que, para Tertuliano, la procreación en sí misma es buena. Pero para Agustín: Al llegar el acto de la procreación, la misma unión lícita y honesta no puede realizarse sin el ardor de la pasión. […] Todos los niños que nacen de esta concupiscencia de la carne, en cuanto hija del pecado, y también madre de muchos pecados cuando consiente en actos deshonestos, están encadenados por el pecado original. 

Si, Adán y Eva podrían haber tenido sexo sin lujuria, dice Agustín, pero eligieron en cambio hacerlo con lujuria. Así como un pájaro carpintero puede desarrollar sus actividades sin lujuria, del mismo modo pueden hacerlo las personas durante el acto sexual. Pero eligen no hacerlo. Tengamos en cuenta que su capacidad para elegir es bastante limitada, ya que los seres humanos son libres sólo en el sentido de «libres para pecar», como explica Agustín en «Sobre la corrupción y la gracia» (De Correptione et Gratia). 

Dios es bueno, pero como todos nacemos malos, se sigue que incluso alguien (como él mismo) capaz de hacer el bien, sólo puede hacerlo gracias a Dios. Todos los demás son massa damnata, la horrible masa de los malditos. De entre todos ellos, Dios, mediante Sus inescrutables designios, ha escogido sólo a un pequeño número para salvarlos, y sólo éstos pueden actuar sin pecar. Es para ellos, la minoría salvada por una gracia inmerecida, para quienes Agustín escribe en La ciudad de Dios (De Civitate De i): «He ahí la visión de Dios, una alegría que sólo podemos discernir vagamente en el momento». 

En cuanto al resto, «he ahí la segunda muerte, en la que sus cuerpos resucitados serán objeto de tormento eterno por las llamas que infligirán dolor sin consumir el cuerpo». Sin duda, el grado de tormento es proporcional a la gravedad del pecado, ¡y aún peor! «Aunque la duración es la misma en todos los casos, tienen que sufrir sin límite, ya que sufrir menos que esto sería contravenir la escritura y mermar nuestra confianza en la eterna bendición del pequeño número que Dios ha salvado» (De Civitate Dei, Libro XXI, sección 23, para aquellos que quieran leerlo en voz alta en la iglesia).

jueves, 2 de abril de 2020

La conversión de Agustín


«A los dieciséis años, no pudo contener su lujuria y pecó. El nombre de la mujer involucrada no se conoce». Dicho de otro modo, Agustín, que había nacido en Tagaste, una ciudad provincial romana del norte de África, tuvo una relación con una joven que conoció en Cartago, donde estudiaba. Ella le dio un hijo y fue su concubina durante más de una década (hasta que Monica le encontró una mejor). 

A los treinta años, Agustín se había convertido en el experto en retórica de la corte del sacro emperador de Roma en Milán, en un tiempo en el que ese tipo de puesto se traducía directamente en poder político. De cualquier modo, le disgustaba la vida en la corte con todas sus intrigas y politiqueos, y llegó a lamentarse un día que montaba en su carruaje para entregar una pieza retórica (un gran discurso) en estos términos: «Un mendigo borracho de la calle tiene una existencia mucho más despreocupada que yo». 

Para colmo, Monica, que lo había acompañado a Milán, dispuso para él un matrimonio arreglado, la única condición para el cual era que abandonara a su concubina. Sin embargo, como todavía faltaban dos años para que su nueva novia estuviera en edad de casarse, se enredó entretanto con otra mujer. 

De este período es su famosa plegaria «Da mihi castitatem et continentiam, sed noli modo», «Dame castidad y continencia, pero todavía no». Entonces, un día, no mucho después, mientras estaba con un amigo, Alipius, Agustín escuchó una voz, parecida a la voz de un niño, que repetía: «¡Agustín! ¡Agustín! ¡Toma la Biblia y lee!». 

Agustín cayó en la cuenta de que se trataba de una exhortación divina para abrir las Escrituras y leer el primer pasaje que encontrara. El libro se abrió en la Epístola a los romanos, 13:13-14. Y leyó lo siguiente:

Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias. 

Es sorprendente lo que puedes encontrar al abrir un libro al azar. Sea como sea, Agustín quedó muy impresionado. A la edad de treinta y dos años, como parte de su reforma, recibió el bautismo del obispo Ambrosio en vísperas de Pascua (a la vez que su hijo y su amigo Alipius). Monica se conmovió mucho por este gesto, pensando que sus plegarias habían sido atendidas. Murió al cabo de poco tiempo.

martes, 31 de marzo de 2020

Agustín, el hipócrita


Agustín (354-430). «La influencia de Agustín en la filosofía occidental es superada en duración, alcance y variedad sólo por la de Platón y Aristóteles», escribe Mark Jordan en la Enciclopedia Routledge de filosofía. 

«Agustín fue una autoridad no sólo en la Alta Edad Media, cuando a menudo era la única, sino también en tiempos modernos». ¿Una autoridad en qué materia, sin embargo? Innegablemente, en el arte de pecar. 

Los estudiosos creen que la preocupación de Agustín por el pecado original, o lo que los puritanos llamaban «depravación innata», fue consecuencia de su embarazo ante los cambios de la pubertad, que se revelaban al mundo cuando se bañaba desnudo (como era costumbre en esa época) en los Baños Públicos. 

Esto es lo que piensan los eruditos de la psicología freudiana, pero los eruditos de la teología no estarían del todo de acuerdo, ya que sostienen que el principal interés de Agustín consistía más bien en algo así como hablar directamente con Dios. Aunque no lo consiguió, los filósofos, en atención a la temprana versión agustiniana del «cogito» de Descartes y a sus discusiones sobre el tiempo y el libre albedrío, han tendido a agruparlo junto con los teólogos más que con los psicólogos, y lo han tratado como a un Filósofo Muy Importante. 

En su obra principal, la muy celebrada autobiografía titulada Confesiones, Agustín comienza discutiendo su naturaleza malvada y describe cómo a los dieciséis años de edad, mientras estaba fuera del colegio («forzado por las necesidades familiares»), «se formó en mi cabeza un matorral de concupiscencias que nadie podía arrancar». 
En este punto, Agustín nos introduce con delicadeza en el malsano tópico de las…hum…erecciones no deseadas. 

Sucedió pues que aquel hombre que fue mi padre me vio un día en los baños, ya púber y en inquieta adolescencia. Muy orondo fue a contárselo a mi madre, feliz como si ya tuviera nietos de mí; embriagado con un vino invisible, el de su propia voluntad perversa e inclinada a lo más bajo. 

Afortunadamente, su madre Mónica, una católica devota, a diferencia del resto de los integrantes de esa pecadora familia, no estaba tan contenta; santa Mónica (como luego sería llamada): se estremeció de piadoso temor; aunque yo no me contaba aún entre los fieles, ella temió que me fuera por los desviados caminos por donde van los que no te dan la cara, sino que te vuelven la espalda.  ¡Ay! ¿Me atreveré a decir que tú permanecías callado mientras yo más y más me alejaba de ti? ¿Podré decir que no me hablabas? Pero ¿de quién sino tuyas eran aquellas palabras que con voz de mi madre, fiel sierva tuya, me cantabas al oído? Ninguna de ellas, sin embargo, me llegó al corazón para ponerlas en práctica. Ella no quería que yo cometiera fornicación y recuerdo cómo me amonestó en secreto con gran vehemencia, insistiendo sobre todo en que no debía yo tocar la mujer ajena.

viernes, 27 de marzo de 2020

Hipatia, belleza poco común

A los treinta años su reputación se había extendido hasta Libia y Turquía…Pese a todo, muchos de sus oyentes masculinos se enamoraron de ella, en un caso de manera tan profunda que parecía que el enamorado en cuestión estaba decidido a quitarse la vida. Enterada de esto, Hipatia desgarró sus vestiduras, revelando su belleza, y dijo: «Voilà! ¡He aquí aquello de lo que estás enamorado, amigo mío!». (De hecho, Hipatia se casó con otro filósofo y fue amante del emperador Arcadio). 

En sus conferencias, se concentraba en la lógica y las matemáticas, y escribió tratados sobre geometría y aritmética, secciones cónicas y una guía para construir un «astrolabio», sea lo que sea eso. En cualquier caso, ninguna de sus obras ha sobrevivido más que a través de cartas de otros estudiosos donde se las menciona. Aparentemente, eran muy buenas, y un cronista dice que tocaban el cielo y que Hipatia era el epítome de la elocuencia y una estrella incomparable en el firmamento de la sabiduría. 

San Cirilo, el obispo cristiano de Alejandría, habiendo oído esto, tuvo sin embargo una opinión divergente, y ordenó su cruel muerte a manos de los monjes nitrianos, una secta de fanáticos cristianos. La sacaron de su carruaje por la fuerza y la llevaron a la iglesia más cercana, donde fue descuartizada viva con caracolas afiladas, antes de ser finalmente quemada. 

Aunque los rastros corporales que dejó fueron pocos —y dejemos de lado los filosóficos—al menos hay un cráter lunar que lleva su nombre. No muchos filósofos han recibido este honor. (Apuntemos de pasada que san Cirilo incitó numerosas matanzas contra los judíos residentes de la antigua ciudad. A pesar —o quizá a causa—de sus incontables crímenes, terminó convirtiéndose en un teólogo cristiano muy respetado). 

En realidad, mucho de lo que se ha publicado sobre la vida de Hipatia es ficción escrita durante los siglos XIX y XX. La más creativa es una emocionante crónica sobre la educación y la vida de Hipatia, compuesta en 1908 por Elbert Hubbard, que se inventó casi todo para compensar la falta de evidencia histórica. Incluso inventó citas atribuidas a Hipatia, y hasta tenía un cuadro «de aspecto antiguo» para ilustrar la obra que la representaba de perfil. Esto nos conduce convenientemente a un punto importante de la historia de la filosofía, sobre el cual mucho es, ciertamente, lo que se ha inventado. 

Las enseñanzas de los filósofos más antiguos persistían tan sólo en las mentes y en la memoria de sus oyentes, e incluso si entonces eran escritas sobre «papel», se trataba de papiro, un material muy frágil que se desintegra cuando se humedece. Por esta razón, incluso los registros escritos son en su mayoría «copias de copias», con todos los pequeños errores que se deslizan con facilidad en este tipo de tarea. Añadamos a esto que la mayoría de los escritos filosóficos se han traducido de otras lenguas: la filosofía griega ha sido transmitida del árabe al latín y vuelta a traducir al griego hasta terminar finalmente en las diversas lenguas modernas. 

La invención del papel, ¡y de Internet!, han colaborado para que los errores se propaguen con mucha más eficacia. Las crónicas sobre la vida de Hipatia de Elbert Hubbard en Little Journeys to the Homes of Great Teachers parecen haber sido escritas para niños, pero (según Sarah Greenwald y Edith Prentice Mendez) fueron mencionadas por estudiosos recientes, como Lynn Osen en Women in Mathematics (MIT Press, 1974), por no mencionar a Fordham Univesity’s Medieval History Course, disponible en la web. 

En estos textos aprendemos que, como parte de la planificación de la educación de su hija, Teón estableció un régimen de entrenamiento físico («pesca, equitación y remo»: una fuente muy poco fiable, Hypatia: Her Story, de D. Anne Love) para asegurarse de que su cuerpo gozara de tanta salud como su bien ejercitada mente. Asentimos con aprobación cuando leemos que su padre le aconsejó no dejar que ningún rígido sistema religioso tomara posesión de su vida, excluyendo el descubrimiento de nuevas verdades científicas.

 Es agradable oír que Hipatia descubrió que «todas las religiones dogmáticas formales son falaces y nunca deben ser aceptadas como definitivas por ninguna persona respetable», así como el consejo de Teón a su hija de «reservar tu derecho al pensamiento, ya que incluso pensar mal es mejor que no pensar en absoluto».

jueves, 19 de marzo de 2020

Hipatia - la científica de Alejandría

Hipatia (c. 370-415)  —por lo menos según Lucas Siorvanes en Routledge Concise Encyclopedia of Philosophy—fue una neoplatónica «famosa por sus charlas públicas sobre filosofía y astronomía, y su actitud directa para con el sexo». Añade que era también «un animal político», con un agudo sentido de la virtud práctica. Presumiblemente a resultas de una u otra de estas características, fue asesinada por una turba de cristianos «y ha permanecido como una mártir de la historia de la filosofía». 

Quizá sea Hipatia la más famosa de las «mujeres perdidas de la filosofía». Se dice de ella que fue la filósofa neoplatónica y matemática más sobresaliente de su tiempo. 

A la edad de treinta años su reputación se había extendido hasta las remotas tierras de Libia y Turquía. Hija de Teón, un profesor de matemáticas y astronomía del Museo de Alejandría, fue considerada aún más brillante que su padre, además de hermosa y modesta, lo que al parecer su padre no era en absoluto. 

En aquella época, Alejandría, bajo los romanos, era el centro literario y científico del mundo, y era una ciudad que se jactaba de tener en su territorio magníficos palacios, la Biblioteca y Museo de Alejandría y diversas e influyentes escuelas de filosofía. 

La vida intelectual florecía a pesar de que la antigua polis estaba siendo arrasada por las batallas entre cristianos, judíos y paganos. Hipatia era pagana, y una suerte de «platónica» o, como diríamos hoy en día, una librepensadora. Pero aunque el gobierno romano cristiano de Alejandría perseguía a los judíos y a los paganos, este mismo gobierno la honró con una posición sin precedentes, asalariada, como cabeza de la escuela de Plotino. Según un cronista, Nicéforo, esto se debió a que destacaba en todas las disciplinas y superaba con mucho a todos los demás filósofos, no sólo a los de su tiempo, sino también a los anteriores. 

De cualquier modo, durante quince años estuvo al frente de esta prestigiosa institución, enseñando las sutiles artes de la geometría, las matemáticas, las obras de Platón y Aristóteles, astronomía y mecánica. Se dice que los estudiantes, tanto hombres como mujeres, viajaban desde todas las regiones para estudiar con ella. A causa de su dedicación, honestidad y seriedad, «todos la respetaban y reverenciaban», dice Nicéforo, y parece que, incluso en aquella sociedad rígidamente dominada por hombres, a ella le resultaba natural guiarlos.

viernes, 13 de marzo de 2020

Heráclito, el físico cuántico

Durante el último siglo, Heráclito fue reinventado como una especie de físico cuántico pionero, que no se metía tanto en ríos como en campos de energía. Werner Heisenberg, el inventor del «principio de indeterminación», aunque sus puntos de vista sólo necesitaban un pellizco para ponerlos completamente al día, escribió: La física moderna está en cierto sentido muy cercana a las doctrinas de Heráclito. Si reemplazamos la palabra «fuego» por la de «energía» podemos repetir sus afirmaciones palabra por palabra desde nuestro punto de vista moderno. 

La energía es de hecho la sustancia de la que están hechas todas las partículas elementales, todos los átomos y, por lo tanto, todas las cosas, y es también la energía la que las mueve…La energía puede ser llamada la causa fundamental de todo cambio que se produce en el mundo. Pero el mismo Platón parafraseaba a Cratilo, que antes que él determinó por sí mismo lo que Heráclito había querido decir. 

La idea de Cratilo de que todo cambia permanentemente fue empleada más tarde por Empédocles, que embelleció la otra noción heraclítea de un mundo continuamente dividido por dos cosas evocadoramente llamadas «fuerzas», el «amor» y la «lucha», para revelar su carácter esencial. El mundo se convierte en una esfera de amor perfecto en el que se ha infiltrado la lucha, como un remolino. ¿De quién fue la idea, entonces? ¿De Heráclito, de Cratilo o…? 

El asunto sigue cambiando. Pero en cualquier caso, la observación sobre los ríos, quizá más prosaica de lo que parece, tiene que ver con la naturaleza de la experiencia humana. Todo el tiempo nos encontramos con cosas que se nos aparecen de modo diferente, pero detrás de la apariencia de diversidad hay una unidad más importante y más fundamental: «Las cosas frías se entibian, lo tibio se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se humedece». Heráclito no está diciendo que los sentidos nos engañan, ya que añade que «las cosas cuyo aprendizaje es vista y oído, ésas son las que yo prefiero». El mundo es una esfera de amor perfecto en la que se ha infiltrado la lucha, como un remolino. Incluso la vida y la muerte son como una misma cosa, continúa Heráclito. «Como una misma cosa se dan en nosotros vivo y muerto, despierto y dormido, joven y viejo; pues lo uno, convertido, es lo otro, y lo otro, convertido, es lo uno a su vez». Los opuestos se unifican con el cambio: se trocan uno en el otro. Y el cambio es la realidad fundamental del universo. La perspectiva más elevada, la «divina», ve todos los opuestos: «día y noche, invierno y verano, paz y guerra, abundancia y hambre», todo es lo mismo. Con la perspectiva divina, incluso lo bueno y lo malo son lo mismo. Dos mil años después, el profesor Hegel encontró en el vórtice arremolinado de la unidad de los opuestos de Heráclito la simiente de una nueva «filosofía mundial», los orígenes de la lógica especulativa, y la noción histórica del perpetuo cambio.

La batalla de Hegel entre la tesis y la antítesis, en búsqueda de la síntesis, le llevó directamente al materialismo dialéctico de Marx y a la ideología fascista de los poderes purificadores del conflicto y de la guerra. Pero Heráclito mismo había declarado: «Debes saber que la guerra es algo común a todas las cosas, y que la lucha es justicia». Es sólo el ardor de la batalla lo que puede «probar que unos son buenos, y otros, meros hombres, convirtiendo a los últimos en esclavos y a los primeros en amos». 

En realidad, hay otra manera de ver a Heráclito. Al tiempo que él delineaba su teoría del cambio perpetuo y cíclico, el sabio chino Lao Tsé explicaba la naturaleza cíclica del Tao manifiesta en la famosa interrelación del yin y el yang. Pero ésa es otra historia.

viernes, 28 de febrero de 2020

Heráclito el Oscuro

Heráclito (c. s. V a. C.) era un aristócrata que vivía en la costa jónica de Grecia. Le gustaba componer epigramas filosóficos breves y algo paradójicos, lo cual más tarde le valió el sobrenombre de «el Oscuro». Su fama, sin embargo, la debe a una afirmación referente a los ríos, en apariencia totalmente inofensiva. El profesor Godfrey Vesey cita este «fragmento 12» en su minienciclopedia; dice así: «A quienes entran en los mismos ríos, aguas diferentes y diferentes les corren por encima». Vesey añade con acierto que esto llevó a Platón a negar que podamos conocer el mundo cotidiano a partir de los sentidos, «y esto lo llevó a su vez a la teoría de las Formas». Heráclito «floreció», como se dice a veces (cual si se tratara de algún tipo de exótica flor filosófica), en Éfeso, alrededor del año 500 a. C. Según autores posteriores, se quemó a sí mismo en una pila de estiércol, pero, ¡ay!, como sucede a menudo, esto último parece ser más una historia apócrifa que un acontecimiento realmente histórico. 

Como ocurre con los demás «presocráticos», se han conservado muy pocos registros de su pensamiento e ideas, sólo algunos «fragmentos». Hay cerca de cien; el más largo tiene apenas cincuenta y cinco palabras. De esto podemos deducir que Heráclito era un acertijo. Excepto, claro, cuando se dirigía a sus conciudadanos de Éfeso. Entonces se convertía en un hombre muy grosero, y les decía, por ejemplo, que «lo digno para los efesios mayores de edad sería ahorcarse todos». 

No era tímido a la hora de menospreciar a otros filósofos, declarando que ellos mismos habían demostrado con el ejemplo que la erudición no enseña sensatez. Tampoco trataba mejor a la población en general: afirmaba que «les pasa inadvertido cuanto hacen despiertos, igual que se olvidan de cuanto hacen dormidos». 

En otros fragmentos más filosóficos puede verse cómo Heráclito rechaza todas las nociones místicas del origen del universo, afirmando que éste no había sido creado por nadie, sino que siempre había existido, y que lo realmente importante no era fundamentarlo a partir del examen de pequeños trozos, sino estudiar su composición, su estructura. Él pensaba que estaba hecho esencialmente de fuego, que era también el ingrediente principal del alma. Pero el fragmento más famoso de Heráclito es el que trata del río: No puedes bañarte dos veces en el mismo río. A veces se cita con más precisión de esta manera: «A quienes entran en los mismos ríos, les recubren aguas distintas cada vez». Otras veces, de esta otra: «No puedes bañarte en el mismo río dos veces, ya que el agua fresca siempre fluye sobre ti». 

Ya tenemos cuatro versiones diferentes de esta frase, al fin y al cabo, resulta muy natural. Después de todo, esta observación se ha utilizado siempre como una especie de metáfora sobre la naturaleza de la realidad en general, y el «heraclitismo» se convirtió en una doctrina encapsulada por Platón como perspectiva de que «todo fluye».

martes, 25 de febrero de 2020

Pitágoras y la teoría complicada

Existen dos raíces principales de la matemática griega. La fuente más antigua es el Antiguo Egipto, entre el 3100 y el 2500 a. C., y era evidentemente muy sofisticada, como testifican las Pirámides, con sus túneles secretos, sus proporciones matemáticas y su posicionamiento respecto a diversos cuerpos planetarios y solares. La otra fuente, de alrededor de 2000 a. C., son los sacerdotes de Mesopotamia, o «la tierra entre dos ríos» (el Tigris y el Éufrates), que crearon un cuerpo de conocimiento matemático. Su matemática era práctica, para construir, para comerciar y para que los astrónomos pudieran medir las estaciones, aunque también tenían aplicaciones místicas.

La teoría pitagórica comienza con la «unidad» del número uno, también conocido como «la Mónada». Era descrito como si se tratara de un número a la vez par e impar, también llamado par-impar. Se trata de los dos poderes opuestos presentes en la unidad, que se separa y recombina para formar el resto del mundo. Geométricamente, consiste en un punto sin dimensiones. Para los pitagóricos, es la fuente de todas las cosas. 
El número dos es imperfecto, ya que crea la posibilidad de la división. Geométricamente, es una línea. 
El número tres fue denominado «la totalidad», ya que combina el uno y el dos, y porque permite que haya un comienzo, un medio y un final. Geométricamente, el tres es la primera forma: un triángulo. 
El número cuatro, que representa un cuadrado, era considerado perfecto; mientras que el número diez, como puede ser creado a partir de varios números primos, también contiene todas las proporciones musicales y matemáticas, y por esto representa el mundo. 

Con el número cuatro, se llega al reino de los cuerpos físicos de las figuras tridimensionales (una pirámide, por ejemplo), que pueden ser construidos a partir de cuatro puntos. Los números cinco y seis eran llamados «matrimonio», ya que combinan el dos y el tres, considerados los números macho y hembra, el primero mediante la suma, y el último mediante factoreo. El número siete era llamado «virgen», ya que no puede ser creado a partir de ningún otro. El número ocho es el primer número «cúbico», ya que es el resultado de 2 × 2 × 2, y el número nueve recibía el nombre de «horizonte» por no mejor razón que el hecho de preceder a la «Década» o número diez. 

El diez contiene a todos los demás números, y por eso es denominado «el universo». Puede ser construido de diferentes e interesantes maneras, sea sumando 1, 2, 3 y 4, o sumando los cubos de 1 y 3. Los pitagóricos lo consideraban una deidad y juraban (devotamente, por supuesto) por él. (Final de la teoría complicada, al menos hasta donde vamos a considerarla). 

De cualquier modo, se cuenta la historia de un estudiante pitagórico, Hipasio, que fue arrojado al mar para que se ahogara después de que compartiera con los «no iniciados» el conocimiento del difícil hecho de que algunas cualidades geométricas (tales como la raíz cuadrada de dos) no podían expresarse en absoluto como números enteros. Esto era evidentemente problemático para los pitagóricos y preferían mantenerlo en secreto. A pesar de no ser capaz de calcular la raíz cuadrada de dos, las historias sobre los extraños poderes de Pitágoras no dejan de acumularse, como nos recuerda este fragmento: Una vez fue visto por mucha gente el mismo día y a la misma hora tanto en el Metaponto como en Crotón; ¡y una vez, en Olimpia, durante los juegos, se puso en pie en el teatro y reveló que uno de sus muslos era de oro! El mismo Aristóteles señala que Pitágoras era apodado «Apolo el Hiperbóreo», siendo los hiperbóreos un pueblo mítico del que se pensaba que habitaba en las regiones del norte de Grecia. La palabra significa literalmente «la tierra que hay más allá del viento norte», considerada una utopía donde el clima era templado, el Sol producía dos cosechas al año y los ancianos se arrojaban felizmente al mar cuando decidían que ya habían vivido una buena vida. 

Como si esto fuera poco, otros autores recuerdan extraordinarias hazañas de Pitágoras: Predicaba que un barco que se acercaba traería un cadáver. Mordió a una serpiente hasta matarla. Le hablaba al río Cosa y éste le respondía «¡Bienvenido, Pitágoras!». No todo el mundo se dejaba impresionar con estas historias. 

Heráclito describe a Pitágoras como un charlatán, que robaba las ideas de otros y las transmitía a sus seguidores como si fueran propias. Lo compara con una urraca ladrona, cuyo arte no es la sabiduría sino el engaño. Pero muchas de las enseñanzas de Pitágoras reaparecen en Platón. Por ejemplo, en tiempos en que tales ideas eran extrañas, Pitágoras insistía en que los hombres y las mujeres eran iguales, que la propiedad debía ser comunitaria y que sus seguidores debían vivir y dormir en comunidad. Todo esto reaparece en La República, como estilo de vida recomendado por Platón para los guardianes; también aparece la doctrina pitagórica de las formas celestes y la brecha entre el mundo del conocimiento y el de la materia (del cual los filósofos debían mantenerse a distancia). 

Además: 
En el Menón aparece la visión de Pitágoras sobre cómo el aprendizaje es en realidad rememoración, cuando el «joven esclavo» recuerda el teorema geométrico que lleva su nombre.
En el Gorgias sale la doctrina pitagórica de que cuanto mejor se conoce algo, más se vuelve uno parecido a ello. En el Timeo hay una descripción pitagórica del universo en términos de armonías (musicales) y materia, la cual es revelada místicamente como hecha de formas geométricas, en especial a partir de triángulos.
En el Fedón se presenta la visión pitagórica de que la filosofía es una preparación para la muerte y la inmortalidad.

De la filosofía se dice a veces que es una serie de huellas platónicas, lo que en muchos casos es verdad. Pero, de un modo bastante misterioso, si lo examinamos de cerca, ¡el mismo Platón parece consistir en gran parte en una serie de huellas de Pitágoras!

viernes, 21 de febrero de 2020

Pitágoras y los números

Pitágoras prohibía hacer daño a los animales porque creía que las almas de las personas estaban atrapadas dentro de ellos. Los vegetarianos de hoy en día pueden pensar que la palabra «atrapadas» es poco amable para con los animales, pero es que Pitágoras, al igual que los sacerdotes órficos, consideraba el cuerpo humano como una especie de tumba para el alma. La existencia terrena era algo que tenía que sufrirse antes de reencarnar en algo mejor. Quizá en un número…, ¡quizá incluso en el número diez! 

La música era central en el pitagorismo. Los pitagóricos se habían dado cuenta de que algunas frecuencias de sonido, y, más aún, las más placenteras para el oído humano, mantienen unas con otras relaciones matemáticas simples. Por ejemplo, si se reduce a la mitad la longitud de una cuerda de lira, se producirá una nota una octava más alta. 

Los pitagóricos, naturalmente, pensaban que el cielo también tenía que estar en «armonía» y, mediante un sistema de pesos agregados a los extremos de las cuerdas que luego pulsaban, identificaron los fundamentos matemáticos de las leyes de la gravedad. (El mismo Newton reconoció este hecho, dos mil años más tarde, en sus Principia Mathematica). 
Munidos con este conocimiento, imaginaron que las mismas estrellas producían un bello sonido al realizar su ronda alrededor del «fuego central». Este fuego, por cierto, no era el Sol, pero aun así Pitágoras puede ser considerado uno de los primeros filósofos en plantear un sistema detallado de los movimientos de los planetas que no insistió en que la Tierra estaba fija en el centro. Pitágoras consideraba que el universo, de un modo extraño, consistía en última instancia en números, que realmente existían alrededor y sobre los objetos que «participaban» de ellos; cuatro sillas, por ejemplo, ofrecían una vislumbre del celestial «número cuatro». 

El número diez era especialmente importante, una especie de objeto triangular que consistía en cuatro líneas de cuatro, tres, dos y uno: 
La Tetractys de la Década. 

Contemplando la elegancia matemática del universo, revelada en los movimientos de las estrellas y los planetas, pero también en las misteriosas verdades matemáticas, la humanidad podría escapar a la corrupción terrestre y lograr la inmortalidad. Otro cronista, Aetius, recuerda cómo los pitagóricos conjuraban sus votos más sagrados no a los dioses, sino a las formas matemáticas: ¡Por aquel que dio a nuestra generación la Tetractys de la Década, la fuente y raíz de la naturaleza eterna! Se cree que Pitágoras inventó la palabra «filosofía», o amor por la sabiduría, para dar cuenta de sus investigaciones sobre los misterios del mundo de los números. 

También se supone que acuñó la palabra «cosmos» (cosmos), que significa «bello ornamento», para describir el universo. En el siglo V, Proclo atribuye a Pitágoras el haber sistematizado el estudio de la matemática, que antes consistía en meras observaciones dispersas, «examinando los principios de la ciencia desde el comienzo y comprobando las teorías de manera inmaterial e intelectual». 

Aristóteles nos ofrece unas reminiscencias algo desorganizadas del método pitagórico, diciendo que empieza con el «uno» y que este uno representa el «límite». Lo «ilimitado» que hay a su al rededor está «demarcado y limitado por el límite…desde lo ilimitado se configura el tiempo, el aliento y el vacío que distingue constantemente los espacios de las distintas clases de cosas». La primera cosa creada es el número. El universo que la gente conoce consiste en cosas que se distinguen unas de otras, es decir, que pueden numerarse. Si el resto de la secuencia estaba especificado, la información se ha perdido. Aristóteles añade: Tal combinación de números, por ejemplo, les parecía ser la justicia, tal otra el alma y la inteligencia, tal otra la oportunidad; y así, poco más o menos, hacían con todo lo demás…por último, veían en los números las combinaciones de la música y sus acordes…Aristóteles nos recuerda también la «Tabla de los opuestos». 

Así como hay números pares e impares, lo limitado y lo ilimitado eran: Uno y pluralidad Derecha e izquierda Macho y hembra Inmovilidad y movimiento Recto y curvo Luz y oscuridad Bueno y malo Cuadrado y…oblongo (Eso hace diez). 

Aristóteles explica que Pitágoras asociaba números a conceptos como justicia, que es el número cuatro, o matrimonio, que es el cinco, ya que expresaba la unión del macho con la hembra (el número del macho es el tres, y el de la hembra es el dos), pero esta teoría es en realidad más complicada.

jueves, 20 de febrero de 2020

Pitágoras, hijo de Menesarco

Pitágoras parece haber sido un hombre bastante misterioso. Como Sócrates, no dejó más que huellas, y en todo caso ningún escrito. Algunos dicen que ni siquiera existió, señalando que su nombre, pythia y agoreuein, significa literalmente «palabras del oráculo». 

Sin embargo, para tratarse de una figura mítica, hay muchos detalles prácticos registrados. Veamos, pues, si Pitágoras, hijo de Menesarco, fue el verdadero padre de la filosofía occidental. La historia comienza en algún momento, no se sabe exactamente cuándo, del siglo VI a. C., cuando Pitágoras, un isleño originario de Samos, regresa a casa después de años de viajar por el mundo, incluyendo Egipto (donde al parecer fue iniciado por los sacerdotes en los secretos de su instrucción) y el misterioso «Este», hogar de los persas y de los Reyes Magos caldeos, así como de los brahmanes de la India. 

Samos, sin embargo, había caído bajo el poder de un tirano, de modo que fue finalmente en el sur de Italia, en Crotona, donde Pitágoras fijó su establecimiento. Los autóctonos de aquella época eran conocidos por su autoindulgencia y ociosidad, pero en lugar de mantener un perfil bajo como extranjero, Pitágoras se ofreció a instruirlos en los méritos de la vida sencilla. Gracias a él, pronto vieron la luz los jóvenes del gimnasio, las mujeres de la ciudad y los adultos del Senado, por lo menos según el historiador Jámblico, que escribió sobre esto ochocientos años después de los hechos. 

Seiscientos de ellos se convirtieron en sus discípulos y se dedicaron con él a la búsqueda de la sabiduría. Se les pedía que vivieran en comunidad y con sencillez. 

Pitágoras tenía reglas estrictas y exigía a sus seguidores que vivieran de acuerdo con ellas. La primera era el silencio. «Él, Pitágoras, lo ha dicho» era lo único que necesitaban saber en su búsqueda de la sapiencia. Según Jámblico, que escribió en el siglo III de nuestra era, a los monjes más jóvenes no se les permitía ver a Pitágoras, y lo escuchaban hablar a través de un velo. Se supone que las conferencias que daba (como los consejos del Oráculo de Delfos) consistían en breves palabras como éstas: No colabores para desmontar una carga, pero ayuda a montarla. Pon siempre el zapato primero en el pie correcto. No hables en la oscuridad. Cuando hagas un sacrificio, hazlo con los pies desnudos. 

Sólo a algunos discípulos muy avanzados, después de años de paciente aprendizaje, se les permitía hablar e incluso formular preguntas. Entre otras reglas del pitagorismo, tan ridiculizadas por los filósofos posteriores, estaban éstas: Abstenerse de las judías; No tocar nunca un gallo blanco; No permitir que las golondrinas aniden en el tejado de la propia casa; No mirar un espejo al lado de una luz; No remover la lumbre con hierro. Cuando el puchero se quita de la lumbre, no dejar su marca en la ceniza, sino removerla. De manera similar, al levantarse por la mañana, enrolla las sábanas y haz desaparecer la huella del cuerpo, y, finalmente, no te extravíes en la dicha. 

Russell agrega lo siguiente, y dice que todas las reglas pitagóricas eran en realidad «primitivas concepciones tabú». 
«Él, Pitágoras, lo ha dicho» era lo único que necesitaban saber. 

No recoger lo que se ha caído. 
No romper el pan ni comer una hogaza entera. 
No caminar por la carretera. 
No coger guirnaldas. 
No comer el corazón de los animales. 
No sentarse en una medida de cuarto.

martes, 18 de febrero de 2020

Pitágoras en la historia

Pitágoras (c. 570-495 a. C.) «es uno de los hombres más interesantes y complejos de la historia», escribe Bertrand Russell en su Historia de la filosofía occidental. 

«Las tradiciones que tienen que ver con él no sólo constituyen una mezcla inextricable de verdad y falsedad, sino que incluso las más aceptadas y menos disputadas de entre ellas nos presentan una psicología bastante curiosa. Se le puede describir, brevemente, como una combinación de Einstein y Mrs. Eddy (*).

Fundó una religión, cuyos dogmas principales eran la transmigración de las almas y la pecaminosidad de comer judías. Su religión se encarnó en una Orden religiosa, que en algunos lugares tomó las riendas del Estado, y estableció una “Regla de los Santos”». 

Russell nos dice que aunque la teoría de Pitágoras de que «todas las cosas son números» es literalmente un sinsentido, «lo que quería decir no es un sinsentido exactamente». Le atribuye al antiguo filósofo útiles descubrimientos como las nociones matemáticas de la «media armónica», la «progresión armónica», el concepto de «números cuadrados», así como la posibilidad de convertirlos en «cúbicos». 

Concluye así: No conozco a ningún otro hombre que fuera tan influyente como él en la esfera del pensamiento. Digo esto porque lo que aparece como platonismo, al analizarlo, descubrimos que en esencia es pitagorismo. La misma concepción de un mundo eterno, revelado al intelecto pero no a los sentidos, se deriva de él. De haber sido por él, los cristianos no hubieran pensado en Cristo como en el Verbo, del mismo modo que los teólogos no hubieran buscado pruebas lógicas de Dios o de la inmortalidad. Es un tributo notable. ¿Pero es posible que sea verdad?

(*) Mary Bokers Eddy (1821-1910) fue la fundadora del nacimiento ciencia cristiana. Escribió varios libros.

viernes, 14 de febrero de 2020

Ética Aristotélica

¿Y qué hay de la ética aristotélica, todavía hoy tan estudiada en los departamentos de filosofía, aunque ya no se lea en la iglesia? 
Muchas de las doctrinas generalmente atribuidas a Aristóteles, como por ejemplo el mérito de cumplir con la «función» que te es propia, cultivar las «virtudes» (ver «ética de la virtud») o el «justo medio» entre dos extremos indeseables, son en realidad mucho más antiguas. De hecho, Platón nos presenta estas mismas ideas de un modo mucho más poderoso y convincente. 

Hay, sin embargo, diferencias importantes entre la ética de Platón y la de Aristóteles. Los puntos de vista de este último sobre la moral se exponen sobre todo en su Ética a Nicómaco, donde comienza con una investigación acerca de las opiniones personales sobre el tema «del bien y el mal» para averiguar qué términos se utilizan, a la manera de un antropólogo social. Platón muestra claramente su desprecio por este tipo de aproximación. La Ética a Nicómaco incluye una relación de lo que los griegos consideraban las grandes virtudes, ejemplificadas por el hombre «magnánimo» o el «alma recta», una persona que, según nos dicen, hablará con voz profunda y templado tono, y que tampoco ha de ser excesivamente modesta. La idea principal es que el fin propio de la humanidad (o más bien el de los aristócratas) es la búsqueda de la eudaimonia, la concepción griega de una clase particular de «felicidad». «No hay nada que sea más absolutamente necesario», escribe en el Libro 2 de la Política, «que asegurar una vida desahogada a los ciudadanos más distinguidos, y hacer de manera que la pobreza no pueda venir en daño de la consideración que se les debe, ya como magistrados, ya como simples particulares». 

Esta búsqueda incidía en tres aspectos: además del mero placer, estaba el honor político, y las recompensas de la contemplación. Principalmente, claro, la filosofía (pero también valían las listas de animales). En el siglo XVII, Thomas Hobbes diría que fue este método el que perdió a Aristóteles, ya que, al intentar basar la ética en «los apetitos humanos», eligió una medida con la cual no pueden establecerse distinciones entre lo correcto y lo incorrecto. De hecho, cabe destacar al pasar que Hobbes consideraba a Aristóteles un gran tonto, y protestaba continuamente contra los «alocados» y «diletantes» «Antiguos», refiriéndose con ello a uno solo: Aristóteles. Lo cual es una suerte de tributo. 

Pero volvamos a la malévola rima de Teócrito. Curiosamente, la causa de que Hermias (un mercenario y luego un déspota) abandonara este mundo fue que lo sometieron a torturas hasta la muerte. Como se había negado a traicionar a sus amigos, entre ellos Aristóteles (que se había casado con la sobrina de Hermias y había sido muy favorecido por él), Aristóteles le estaba muy agradecido. Al escribir un himno sobre él, Aristóteles se desdijo de una afirmación suya que vale la pena citar: la de que, de las cosas de la tierra, la que envejece más rápido es la gratitud. Esta pequeña herida autoinfligida a su propio corpus de conocimiento filosófico no le causó oprobio, ya que, según estima Diógenes, tenía 445.270 líneas más. Pero, como ahora sabemos, muchas de ellas también eran incorrectas.