jueves, 20 de febrero de 2020

Pitágoras, hijo de Menesarco

Pitágoras parece haber sido un hombre bastante misterioso. Como Sócrates, no dejó más que huellas, y en todo caso ningún escrito. Algunos dicen que ni siquiera existió, señalando que su nombre, pythia y agoreuein, significa literalmente «palabras del oráculo». 

Sin embargo, para tratarse de una figura mítica, hay muchos detalles prácticos registrados. Veamos, pues, si Pitágoras, hijo de Menesarco, fue el verdadero padre de la filosofía occidental. La historia comienza en algún momento, no se sabe exactamente cuándo, del siglo VI a. C., cuando Pitágoras, un isleño originario de Samos, regresa a casa después de años de viajar por el mundo, incluyendo Egipto (donde al parecer fue iniciado por los sacerdotes en los secretos de su instrucción) y el misterioso «Este», hogar de los persas y de los Reyes Magos caldeos, así como de los brahmanes de la India. 

Samos, sin embargo, había caído bajo el poder de un tirano, de modo que fue finalmente en el sur de Italia, en Crotona, donde Pitágoras fijó su establecimiento. Los autóctonos de aquella época eran conocidos por su autoindulgencia y ociosidad, pero en lugar de mantener un perfil bajo como extranjero, Pitágoras se ofreció a instruirlos en los méritos de la vida sencilla. Gracias a él, pronto vieron la luz los jóvenes del gimnasio, las mujeres de la ciudad y los adultos del Senado, por lo menos según el historiador Jámblico, que escribió sobre esto ochocientos años después de los hechos. 

Seiscientos de ellos se convirtieron en sus discípulos y se dedicaron con él a la búsqueda de la sabiduría. Se les pedía que vivieran en comunidad y con sencillez. 

Pitágoras tenía reglas estrictas y exigía a sus seguidores que vivieran de acuerdo con ellas. La primera era el silencio. «Él, Pitágoras, lo ha dicho» era lo único que necesitaban saber en su búsqueda de la sapiencia. Según Jámblico, que escribió en el siglo III de nuestra era, a los monjes más jóvenes no se les permitía ver a Pitágoras, y lo escuchaban hablar a través de un velo. Se supone que las conferencias que daba (como los consejos del Oráculo de Delfos) consistían en breves palabras como éstas: No colabores para desmontar una carga, pero ayuda a montarla. Pon siempre el zapato primero en el pie correcto. No hables en la oscuridad. Cuando hagas un sacrificio, hazlo con los pies desnudos. 

Sólo a algunos discípulos muy avanzados, después de años de paciente aprendizaje, se les permitía hablar e incluso formular preguntas. Entre otras reglas del pitagorismo, tan ridiculizadas por los filósofos posteriores, estaban éstas: Abstenerse de las judías; No tocar nunca un gallo blanco; No permitir que las golondrinas aniden en el tejado de la propia casa; No mirar un espejo al lado de una luz; No remover la lumbre con hierro. Cuando el puchero se quita de la lumbre, no dejar su marca en la ceniza, sino removerla. De manera similar, al levantarse por la mañana, enrolla las sábanas y haz desaparecer la huella del cuerpo, y, finalmente, no te extravíes en la dicha. 

Russell agrega lo siguiente, y dice que todas las reglas pitagóricas eran en realidad «primitivas concepciones tabú». 
«Él, Pitágoras, lo ha dicho» era lo único que necesitaban saber. 

No recoger lo que se ha caído. 
No romper el pan ni comer una hogaza entera. 
No caminar por la carretera. 
No coger guirnaldas. 
No comer el corazón de los animales. 
No sentarse en una medida de cuarto.

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