miércoles, 6 de julio de 2016

Una virtud para todas

Todas las virtudes clásicas tienen un significado especial para cada generación. Lo que tienen en común es el referente de que la naturaleza humana es maleable. Puesto que la naturaleza humana es una única cosa —ya que los diferentes idiomas, creencias, costumbres y culturas solo denotan diferencias superficiales—, todas las virtudes tienen que ser comunes para toda la humanidad. Está claro —tanto desde un punto de vista teórico como práctico— que la valentía, la justicia, la sabiduría y la templanza están interrelacionadas. Es decir, que el ejercicio de una de ellas implica el ejercicio de todas.
Como afirma el poeta griego Teognis de Megara: «En justicia, toda virtud es virtud colectiva, y todo hombre es bueno si es justo.» Para establecer justicia hay que aunar valentía, acción y sabiduría. Y, asimismo, la fortaleza de no claudicar ante la desventura y la maldad. Así pues, en la práctica, la defensa y la consolidación de la justicia intervienen numerosas virtudes.
Por lo tanto, insisto, no hay que ver la filosofía como una actividad limitada a los filósofos de profesión. Antes bien, es una práctica que cualquier persona puede emprender en su afán de contestar preguntas y resolver problemas cotidianos.
Todo el mundo puede seguir su propia luz interior, sobre todo cuando practica las virtudes que la hacen brillar con más intensidad. Para una vida así iluminada no hay viaje agotador, no hay camino bloqueado, no hay pesar que debilite, no hay mal que triunfe. Aristóteles enseñaba que alcanzamos la justicia realizando actos justos, que practicamos la valentía con actos valientes.

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¡Feliz miércoles!

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