sábado, 11 de junio de 2016

Maestro y discípulo

No existe límite para el valor que puede crear una relación con un verdadero mentor, ya sea un padre, una madre, un tío, un amigo, el sifu de Tai chi, etc. Un verdadero maestro es un joya muy preciada, sobre todo si sus beneficiarios reciben este tipo de educación moral desde muy temprana edad. De lo contrario, los jóvenes, de por sí impresionables, pueden ser presa de lo más horroroso: prejuicios engañosos y doctrinas corruptas que los deforman, inflaman y esclavizan. En cada generación, la sabiduría es el único antídoto contra la insensatez.
Tomemos, por ejemplo, a Sócrates, mentor de Platón, que postuló la areté o «virtud» como valor supremo; es decir, la excelencia o dar lo mejor de uno mismo. Esto y su creencia en la inmortalidad del alma, que trasciende el término de nuestra existencia física, le permitió aceptar una condena injusta y beber valientemente la poción de cicuta. Creía que las malas acciones dejaban una marca en el alma. Esta idea se asemeja a la enseñanza budista de que nuestros actos o karma modelan nuestra vida a través del pasado, presente y futuro. Uno y otro enfoque reconocen la eternidad de la vida, que trasciende la existencia y la muerte en este mundo. Tan grande fue la impresión que dejó Sócrates en su pupilo Platón, que este en sus diálogos siempre menciona a su querido maestro.

Feliz sábado!

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