jueves, 16 de junio de 2016

Hacerse respetar

Desde pequeño, generalmente, nos inculcan el respeto a los mayores, nos dicen cosas como: respeta a tu mamá, a tu papá, a tu abuela, a tu abuelo y un largo etcétera, ya que como somos pequeños entonces pues prácticamente le debemos respeto al mundo entero. Sin embargo, a veces no nos inculcan el respeto a nuestros pares, es decir, a nuestros compañeros de clase, o de la natación o del fútbol y otro largo etcétera dependiendo de las disciplinas a las que nos guste participar. Este respecto hacía nuestro iguales se va aprendiendo fácilmente en el deporte, ya que hay reglas claras que impide que una persona lastime a otra y no quede impune. Pero, aun en estos términos hay personas que no respetan, tal fue el caso en donde estudié, un compañero de un año anterior cada vez que me veía se metía conmigo, verbalmente en algunas ocasiones y en otras físicamente. En general, podría decirse que yo era un joven tranquilo, no me metía en peleas y hacía mi tarea; sin embargo, este individuo continuaba metiéndose conmigo sin razón aparente, hasta que un día no se le ocurrió otra brillante idea de lanzarme un pedazo de papel aluminio que había transformado en una pequeña pelota compacta. Ese día, me voltee y al verlo reír me dio un coraje supremo que agarre y los perseguí por todo el patio del colegio y cuando lo alcancé lo pateé con fuerza y le dije: ¡basta! Y desde ese día no se metió más conmigo.

Cuando Nelson Mandela estuvo preso se esforzó en convencer a los presos de, en el fondo, todos los guardias eran seres humanos vulnerables, que era el sistema que habían convertido a muchos de ellos en animales. Pero no quería decir que, cuando la ocasión lo exigía, Mandela no supiera defender activamente sus derechos. La única vez en la isla que un guardia estuvo a punto de golpearlo, Mandela, abogado y boxeador, se mantuvo firme y le dijo: “Como me ponga una mano encima, lo llevaré ante el más alto tribunal del país. Y, cuando acabe con usted, será tan pobre como una rata”. El guardia refunfuñó y gruñó, pero no le pegó y se alejó humillado.


Feliz jueves.

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