martes, 4 de febrero de 2020

Platón: La República, una conclusión alternativa


Los críticos de Platón que se quejan de que su sociedad «ideal» es, aparentemente, también militarista y, en realidad, un estado fascista, con censura y una economía rígidamente controlada —para nada ideal—, quizá se sorprendan al encontrar en esta lectura alternativa de La República a un Platón bastante satisfecho de estar de acuerdo con ellos. 

Puede que no hayan tenido en cuenta que la república que describe no es su república ideal, sino sólo el resultado de las exigencias alimentarias que plantea Glaucón en nombre de los ciudadanos, un error de base (por así decirlo) que el mismo Sócrates evita. Y ciertamente los antiguos griegos tenían entre ellos a muchos vegetarianos. Además de Plutarco, uno de los sacerdotes griegos de Delfos (cuyo ensayo «Acerca de comer carne» está considerado un clásico de la literatura, si no de la filosofía), también está Pitágoras, cuyas palabras parecen anticipar misteriosamente las de Platón. «¡Oh, amigos míos!», exclama Pitágoras: No ensuciéis vuestro cuerpo con comidas pecaminosas. Tenemos maíz. Tenemos manzanas que cuelgan de las ramas a causa de su peso, y uvas rebosantes en las vides. Hay hierbas de suave sabor, y vegetales que se pueden cocinar y ablandar en el fuego.  
Tampoco se nos niega la leche, ni la miel perfumada de tomillo. La tierra te prodiga con un generoso suministro de riquezas, de alimentos inocentes, y te ofrece banquetes que no involucran sangre ni matanzas. 
¿Debemos pensar, pues, que La República trataba no tanto de la concepción del propio Platón sobre el Estado, como más bien de la de Pitágoras? ¿Se trata de un intento de Platón de integrarse en un antiguo debate entre los griegos vegetarianos, más que de la obra de planificación política por la que se la toma hoy en día? 

Pero ¿acaso la cuestión más importante es si sólo los vegetarianos pueden hacer filosofía, o si, de hecho, la filosofía sólo es necesaria para los no vegetarianos? 

La respuesta se pierde entre las brumas del Monte Olimpo. Lo que parece cierto, sin embargo, es que La República de Platón, aunque magnífica, no debe considerarse como una tesis filosófica consistente. 
Quizá, como ocurre con otros diálogos, puede ser leída más bien como una mera colección de fragmentos y anécdotas divertidas hilvanados por alguien que en realidad también podría haber estado haciendo poesía. Y (lo que es aún más extraño), aunque pensemos en Platón como en el severo titiritero de Sócrates, al que encontramos muy ocupado en La República prohibiendo la música y la poesía, desalentando el amor y confinando el sexo meramente al objetivo de tener hijos, en un diálogo un poco posterior titulado El banquete, o «fiesta de la bebida», Platón nos presenta un cuadro bastante diferente. Aquí, un alegre Sócrates recuerda las palabras de una sabia mujer, Diotima, que corrigiera sus perspectivas juveniles sobre la filosofía y que le enseñara, por el contrario, que el amor, así como la poesía que de él se ocupa, es un escalón en el camino del entendimiento y de la apreciación de la belleza y la bondad. En realidad va más allá: el amor es la única manera de percibir las formas ideales de la belleza y de la bondad. Aquí, la Teoría de las Formas en sí misma, en adelante siempre atribuida a Platón, se le acredita totalmente a Diotima. Y no contento con esta muestra de autodemolición, Platón hace que su personaje de Sócrates (los historiadores creen que Sócrates, por aquella época, nunca dejó Atenas, y este banquete se celebró en las afueras de la ciudad) formule alabanzas hacia el amor personal de un modo que contrasta fuertemente con su severa defensa habitual de las relaciones «platónicas». Después de describir la fiebre psicológica que puede generar la presencia física del amado, las mismas fiebres que en La República eran condenadas por «tiránicas», ¡dice que sólo ellas pueden prevenir a las «alas del alma» de resecarse y envilecerse! 
O quizá tenga algo que ver una carta, a veces atribuida a Platón, en la que se declara que los textos que todo el mundo le adjudica a éste fueron en realidad escritos por Sócrates. Es aquí, en la controvertidamente llamada «Segunda epístola», donde Platón se revela como el verdadero filósofo, y Sócrates se convierte (de forma bastante tardía) en su aprendiz. De este modo es Platón, y en absoluto Sócrates (como se hace constar convencionalmente en las historias de la filosofía), el que evita sabiamente la forma escrita inferior.

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