viernes, 10 de mayo de 2019

El tren 92030


Todos los días la misma ruta, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Así era mi vida hasta que un día, mientras iba en el tren vi a un hombre que no me quitaba la vista desde que subí al tren.
Miré atrás de mí a ver si estaba viendo a otra persona, y no, estaba mirándome fijamente y casi sin parpadear.
Me puse nervioso, pero no le hice mucho caso. Luego, desvié la mirada a otro lado y una mujer me estaba mirando también fijamente. No podía creerlo. Pensé por un momento, debe ser que tengo algo en encima que les está llamando la atención. Demasiada coincidencia. Desde que entré en el tren había mucho ruido, la gente conversaba animadamente. Pero, unos segundos después que desvié la mirada de la mujer que también me veía hubo un silencio repentino.

Cerré los ojos, y lo único que pude pensar fue: “¡Mierda!”. Abrí los ojos, y ya todos en el tren me veían a mí únicamente, nadie hablaba. Comenzó mi corazón a bombear sangre a todo el cuerpo desesperadamente, de modo de estar listo para correr, pero no me movía, aún el tren no llegaba a la siguiente estación. La voz del conductor se escuchó por los parlantes: “señor Pedro, le recomiendo bajarse en la siguiente estación”.
 Un grupo de gente que estaba cerca de la puerta se apartó y apenas se detuvo el tren me bajé corriendo. Tropecé al salir, miré el tren y en una esquina del vagón donde iba vi el número 92030.

En la estación donde me bajé no veía a nadie. Me desesperé por un momento, tendré que salir a la calle, pensé. Pero, la mano de un señor me tomó por el hombro y me detuvo.
-¿Está bien señor? –me preguntó.
Quise explicarle lo que me había pasado, pero las palabras no salían de mi boca. Sonreí para mostrarme amable con el señor y le dije: sí, sí estoy bien.

Esperé el nuevo tren, me subí y llegué a casa sin contratiempos. Nunca más vi el tren, ni hablé de eso con nadie. Y cada vez que subía a un tren veía el número que tenía. Sin embargo, la semana pasada me topé de nuevo con el mismo tren, pero esta vez me subí a propósito, para mostrarme a mí mismo que aquello había sido producto de mi imaginación.
Efectivamente, me subí y todo se veía “normal”, la gente conversaba amenamente y sin ninguna actitud rara. Una vez que se cerraron las puertas, se escuchó la voz del conductor: “bienvenido de nuevo señor Pedro”. Todos callaron de repente y se me quedaron viendo. Volvió a sonar la voz por el parlante: “le dimos una oportunidad, pero ésta vez no habrá parada en donde se pueda bajar”. Una vez dicho eso, se bajó una señora muy vieja del tren, me miró y sonrío. Y desde ese día viajo en el tren 92030.

Cuentos cortos 2019
Leopoldo Avendaño Flores



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