viernes, 12 de abril de 2019

El maestro


Se encontraba acostado en el piso, con el pecho en tierra, mirando como la rueda de aquel carro de juguete giraba de un lado a otro. Alrededor escuchaba un gallo que cantaba a medio gañote a eso de las cuatro de la tarde. No tenía camisa, el calor ameritaba estar sin ella. La rueda seguía girando, no miraba los detalles del carro, el color tampoco importaba, lo único que importaban eran las ruedas. Su mamá lo miraba a lo lejos y le gritaba si tenía hambre. Él la escuchaba, también al gallo que acababa de cantar de nuevo, pero nada de eso importaba. De pronto escuchó la voz de su papá que acaba de entrar a la casa. Volteó a mirarlo y sonrió. Su papá le miro sonriendo también, se arrodilló y se acostó junto a él, y lo llamó por su nombre.
-¡Maestro! ¡Maestro! –dijo aquella voz.
-¿Sí? Discúlpame –respondió -¿qué me decías?
-Le preguntaba cómo había sido su niñez –repuso el discípulo.
-Sí, cierto, claro. Fue una niñez normal, mi querido discípulo; corrí, jugué, me enfermé, lloré, fui consolado, pero lo más importante es que tuve unos padres maravillosos.
-¿Por qué dice eso maestro?
-Porque me dejaron aprender a meditar desde muy pequeño.
-¿Les enseñaron los caminos del maestro Buda? –quiso saber el discípulo.
El maestro sonrió y dijo: no, ellos fueron mis primeros maestros, y me enseñaron a que podía meditar mientras jugaba.


Cuentos cortos 2018
Leopoldo Avendaño F.

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