Rectificar la injusticia no es algo
que pueda hacerse sin coraje.
Alentar a los amigos que tienen
problemas y salir al encuentro de alguien que sufre son actos de solidaridad
que tampoco pueden llevarse a cabo sin valentía, aunque esto no parezca tan
evidente.
¡En cierto sentido, hasta algo tan
simple como madrugar requiere una cuota de valor! También hay que ser valiente
para transformar las debilidades.
En verdad, adquirir conocimientos
sobre las virtudes no es lo mismo que ser virtuoso. La virtud como ejercicio
requiere de la praxis; es una puesta en práctica. Como escribe Marco Aurelio:
«No pierdas más tiempo discutiendo cómo debería ser un buen hombre. Sé un buen
hombre.»
Por eso es tan importante la
existencia de un mentor que actúe junto a los jóvenes y les ofrezca un modelo
real de conducta.
Esta mañana un señor me abordó y me
decía: “me impresiona como mi hijo imita todas las cosas que hago”, y yo le
repliqué: “tan pequeños su forma de aprender es imitando, no tenemos forma de
razonar con ellos algo, pero si ven nuestro ejemplo eso bastará”.
También me hizo una reflexión sobre su
aprendizaje cristiano, creo que era del grupo de los testigos de Jehová. Me
decía: “yo estoy aprendiendo, al igual que mi esposa, sobre la Biblia y las
leyes de Dios”, entre otras cosas, pero me gustó un comentario sobre que una
persona cristiana perteneciente a otro culto no le hablaba, y su reflexión la
siguiente: “¿acaso yo no soy su prójimo?”, excelente pregunta.
Y yo le añadí: más que tu prójimo, si
te considera tu enemigo, el amor sublime del que Jesús nos hablaba era el amor
al enemigo. Y en este contexto de la virtud, pienso que quizás la virtud
sublime es el amar a nuestro enemigo, ya que iría en contra de cualquier
paradigma que nos inventemos.
¡Feliz jueves!
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