Además de la Metafísica, como
publicamos ayer, Aristóteles aporta una ciencia adicional, un área de
conocimiento nuevo, que no es otra sino la Ética.
Esta palabra juega con sus dos acepciones
que tiene en el idioma griego –carácter y costumbre-, puesto que ambas se
diferencian sólo por un acento. Así, en griego podemos decir que el carácter,
en el sentido del talante propio –es decir, el êthos- deriva del modo de vida adquirido por el hábito –es decir, éthos-.
Aristóteles se pregunta cuál es la
finalidad que debe buscar el ser humano en el mundo. Todo lo que hacemos es,
sin lugar a dudas, instrumental, sirve para conseguir tal o cual fin. Pero,
después de todos esos fines, ¿qué hay? Más allá de los objetivos particulares
de nuestra vida, ¿qué es lo que podemos aspirar a encontrar? Aristóteles responde
que es la felicidad lo que los seres
humanos buscamos. La ética no es, ni mucho menos –como lo ha llegado a ser
a partir de visiones más penitenciales- una búsqueda del deber, de la
obligación, del sacrificio. No. Para Aristóteles la ética es una reflexión
sobre la acción humana en búsqueda de la libertad y la felicidad. Y para ello,
dice, tenemos que intentar desarrollar las virtudes, es decir, los hábitos que
nos dan fuerza, que nos ayudan a vivir mejor. Porque no olvidemos que la palabra
virtud viene de “vir”, de la virilidad, la fuerza, la excelencia. De modo que
la virtud es lo que nos da fuerza frente a la debilidad, que es el vicio. La
virtud es lo que aumenta nuestra fortaleza y por tanto nuestra capacidad de
alcanzar la felicidad.
¡Feliz miércoles!
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