Para Aristóteles la política es el
prototipo de toda capacidad humana, ya que su objetivo es la vida feliz y digna
de los ciudadanos. La finalidad del Estado es la promoción de la virtud y también la felicidad de los ciudadanos. En
ese sentido, la política es la continuación y culminación de la ética, es la
ciencia del bien más deseable y de los medios para obtenerlo: la vida noble.
Para Aristóteles, creerse feliz es
afirmar una intensidad positiva suprema, estable e invulnerable. No hay
felicidad en el desasosiego de perderla. Por tal razón la felicidad es un
momento del pasado, donde ya nada ni nadie nos la puede quitar, o del futuro,
cuando aún nada ni nadie la amenaza. El presente, en cambio está demasiado
expuesto a las eventualidades como para transformarse en algo tan maravilloso.
Cualquiera es capaz de afirmar convencido que fue feliz. Aristóteles no concede
otra felicidad que la que se predica de alguien que ya murió y por tanto está
totalmente a salvo de perderla.
Muchos son los que aseguran que
esperan ser felices, pero son pocos los que se atreven a asegurar que ahora
mismo lo son.
¡Feliz sábado!
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