En cierto momento, a finales del siglo XIX, el médico
y filántropo venezolano José Gregorio Hernández, estaba realizando una
operación y, en un momento de la misma, el paciente comenzó a temblar
convulsivamente.
Los asistentes creyeron advertir en el temblor la
presencia del tétanos y decidieron aplicarle al paciente una inyección de suero
antitetánico.
Hernández comprendió que el temblor era de origen
nervioso y ordenó que le diesen una pequeña cucharada de bromidia.
-¿Y qué se perdería con ponerle una inyección, en vez
de un sucedáneo? –le preguntó uno de los asistentes, un tanto molesto.
-Perderíamos la honradez y la moralidad –respondió Hernández.
Feliz inicio de semana.
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