Los historiadores consideran a Diógenes Learcio como
la fuente más fiable, y en realidad la única, sobre el “Sócrates histórico”.
Jenofonte, el retorcido soldado de la fortuna, nos presente un retrato de
Sócrates práctico y un poco soso, que habla detenidamente, de una forma
inofensiva y a la vez insignificante.
Hegel, el filósofo del “determinismo histórico” y de
la dialéctica, ve en Sócrates una figura clave de la historia del mundo, un
Dios Jano con dos caras, una inspeccionando el pasado y la otra enfrentándose
al futuro.
Y Nietzsche, en su Gaya ciencia, describe a Sócrates
como “irónico y amoroso, una suerte de “demonio cazador de ratas de Atenas”.
Finalmente Platón, el idealista, nos ofrece un ídolo,
una figura maestra de la filosofía. Un santo, un profeta del “dios Sol”, un
maestro condenado porque sus enseñanzas fueron heréticas. Él es quien nos
cuenta el cuento socrático más elocuente. En el diálogo El banquete, por
ejemplo, Platón escribe lo siguiente:
“En efecto, tras haber concebido una idea, permaneció
de pie en el mismo sitio desde el amanecer, meditando, y como no le progresaba
la cuestión, no desistía, sino que permanecía en pie buscando la solución. Y
era ya mediodía y los hombres se habían apercibido, y, asombrados, se decían
unos a otros: «Sócrates desde la aurora permanece en pie reflexionando algo».
Por fin, unos jonios, cuando era ya por la tarde, después de que hubieron
comido —y como era entonces verano—, sacaron fuera sus jergones y, al tiempo
que dormían al fresco, lo vigilaban por si permanecía en pie también durante la
noche. Y así estuvo él hasta que llegó la aurora y se levantó el sol. Luego se
marchó tras haber elevado una oración al sol.”
Feliz martes.
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