Todos los días la misma ruta,
de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Así era mi vida hasta que un
día, mientras iba en el tren vi a un hombre que no me quitaba la vista desde
que subí al tren.
Miré atrás de mí a ver si
estaba viendo a otra persona, y no, estaba mirándome fijamente y casi sin
parpadear.
Me puse nervioso, pero no le
hice mucho caso. Luego, desvié la mirada a otro lado y una mujer me estaba
mirando también fijamente. No podía creerlo. Pensé por un momento, debe ser que
tengo algo en encima que les está llamando la atención. Demasiada coincidencia.
Desde que entré en el tren había mucho ruido, la gente conversaba animadamente.
Pero, unos segundos después que desvié la mirada de la mujer que también me
veía hubo un silencio repentino.
Cerré los ojos, y lo único
que pude pensar fue: “¡Mierda!”. Abrí los ojos, y ya todos en el tren me veían
a mí únicamente, nadie hablaba. Comenzó mi corazón a bombear sangre a todo el
cuerpo desesperadamente, de modo de estar listo para correr, pero no me movía,
aún el tren no llegaba a la siguiente estación. La voz del conductor se escuchó
por los parlantes: “señor Pedro, le recomiendo bajarse en la siguiente estación”.
Un grupo de gente que estaba cerca de la
puerta se apartó y apenas se detuvo el tren me bajé corriendo. Tropecé al
salir, miré el tren y en una esquina del vagón donde iba vi el número 92030.
En la estación donde me bajé
no veía a nadie. Me desesperé por un momento, tendré que salir a la calle, pensé.
Pero, la mano de un señor me tomó por el hombro y me detuvo.
-¿Está bien señor? –me preguntó.
Quise explicarle lo que me
había pasado, pero las palabras no salían de mi boca. Sonreí para mostrarme
amable con el señor y le dije: sí, sí estoy bien.
Esperé el nuevo tren, me
subí y llegué a casa sin contratiempos. Nunca más vi el tren, ni hablé de eso
con nadie. Y cada vez que subía a un tren veía el número que tenía. Sin
embargo, la semana pasada me topé de nuevo con el mismo tren, pero esta vez me
subí a propósito, para mostrarme a mí mismo que aquello había sido producto de
mi imaginación.
Efectivamente, me subí y
todo se veía “normal”, la gente conversaba amenamente y sin ninguna actitud
rara. Una vez que se cerraron las puertas, se escuchó la voz del conductor: “bienvenido
de nuevo señor Pedro”. Todos callaron de repente y se me quedaron viendo.
Volvió a sonar la voz por el parlante: “le dimos una oportunidad, pero ésta vez
no habrá parada en donde se pueda bajar”. Una vez dicho eso, se bajó una señora
muy vieja del tren, me miró y sonrío. Y desde ese día viajo en el tren 92030.
Cuentos cortos 2019
Leopoldo Avendaño Flores
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