De niño, Eduardo VIII de Inglaterra recibió una
educación rigurosa que, por ejemplo, le impedía hablar en la mesa mientras comía,
excepto si sus padres o algún adulto le dirigían la palabra o le hacían alguna
pregunta.
Un día durante una cena, el entonces Príncipe de Gales
–que es el título de los monarcas ingleses hasta su coronación-. Interrumpió una
conversación que tenía su padre, el rey Eduardo VII, con otro de los comensales
y, de inmediato, fue reprendido.
Durante varios minutos, el rey prosiguió su
conversación y su comida y sólo cuando terminó con ambas se dirigió a su hijo:
-¡Sabes que no debes hablar si no se te pregunta! –dijo
muy molesto-. Dime, ¿qué deseas?
-Ya nada, señor –respondió el príncipe-, quise
advertirle que había un gusano en su ensalada.
-¿Dónde está el gusano? –gritó entonces Eduardo VII
con repulsión.
-Exactamente, no se lo puedo decir, señor –contestó el
príncipe-, porque usted se lo tragó y no me está permitido referirme a sus
intimidades.
Feliz jueves.
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