La señora Katherine Benion escribió una revista
estadounidense a mediados de 1947 para contar que ella y su esposo hicieron un
viaje a las montañas Apalaches y vieron una granja pequeña muy hermosa y bien
cuidada.
Fue tanto lo que llamó la atención de ambos la granja,
que el señor Benion detuvo el auto en que viajaban y, adentrándose en ella, le
preguntó al propietario –un señor muy mayor-, si estaría dispuesto a venderla,
explicándole que a él no le interesaba el trabajo de campo, pero que le
gustaría tener una finca así para pasar las vacaciones.
-Sí, como no, pienso venderla en la próxima primavera-
respondió al granjero. Mi mujer y yo hemos trabajado cuarenta años para hacer
de ésta una finca con cuyos frutos una familia pueda vivir decentemente. Es
nuestra contribución al futuro del país y por eso, voy a venderla, pero no a
usted.
-¿Por qué no a mí? –preguntó el señor Benion
asombrado.
-No espero que ve las cosas como yo –respondió el
granjero-, pero venderle esta finca a usted, a quien no le interesan las
labores del campo, sería como venderle una novilla de pura raza a un carnicero.
Feliz jueves.
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