En cierta ocasión, San Macario de Alejandría y algunos
de sus discípulos salieron a peregrinar.
Cuando llevaban varias horas de camino e iban muertos
de sed, pasaron por una campiña donde un campesino se disponía a comerse un
racimo de uvas.
Le preguntaron al hombre si había alguna fuente de
agua cerca y él le respondió que no. Al verlos tan sedientos, les ofreció un
racimo de uvas.
San Macario lo recibió y se lo pasó al discípulo que,
según creyó, tenía más sed, el cual a su vez, se lo entregó al segundo. Este se
lo dio a un tercero, y así sucesivamente, el racimo de uvas pasó de mano en
mano, hasta que el último terminó devolviéndoselo al santo.
Entonces, San Macario se lo dio de nuevo al campesino
diciéndole:
-Tómalo: tú estás solo y nosotros somos muchos y
estamos unidos.
Feliz jueves.
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