A mediados de 1942, un conductor de tranvías de la
ciudad estadounidense de Baltimore tuvo una idea de aprovechar el tiempo que
permanecía ocioso entre un viaje y el siguiente.
Dicho conductor, llamado Kenneth Smith, advirtió que
la zona adyacente al terminal de la línea de tranvías –unos dos mil metros
cuadrados-, estaba cubierta de maleza y que, entre viajes, el disponía de siete
minutos libres.
Pese a lo escaso de este tiempo, Kenneth decidió
emplearlo en algo útil y durante varias semanas lo dedicó a limpiar el referido
terreno.
La tarea era fatigosa, sobre todo al mediodía, pero
Smith no desmayó y, en los meses siguientes, sembró el lugar de robles y álamos
que dieran sombra, y de rosas, margaritas, petunias, lirios y violetas que
alegraran la vista y el olfato de quienes estuvieran allí.
Además construyó un pequeño camino para pasear por ese
inesperado jardín que él, con cariño y dedicación, creó prácticamente de la
nada, donde antes solo había maleza y matorrales.
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