El dramaturgo noruego Henrik Ibsen se enamoró de la
hija de un pastor protestante y, para declararle su amor, le escribió una carta
muy extensa en la que le anunciaba que iría a visitarla esa misma tarde, a las
cinco.
A continuación, añadió que si ella no le correspondía,
bastaba que no estuviese en casa a esa hora. Pero si, en cambio, ella le revivía,
significaba que lo aceptaba.
Cuando esa tarde Ibsen llegó a casa del pastor a las
cinco en punto, preguntó por la joven.
-Pase, la señorita sí está –respondió la criada que lo
recibió-. Tome asiento que ella no tarda en salir.
El dramaturgo se sentó en un sofá de tres puestos y
allí permaneció durante las siguientes dos horas.
Al fin, temiendo ser objeto de una burla, decidió
marcharse y se levantó del asiento.
Entonces oyó una risa femenina que salía de detrás del
sofá y advirtió que la joven había permanecido escondida en ese lugar, durante
todo el tiempo que él había esperado.
-¿Estabas aquí? –le preguntó, no sabiendo qué más
decir.
-Sí –contestó ella, saliendo del escondite.
-¿Por qué?
-Quería probar tu paciencia –respondió la muchacha-, y
con ella tu amor.
A los pocos días, contrajeron matrimonio.
¡Feliz jueves!
¡Feliz jueves!
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