Y ahí estaba aquel hombre,
de un poco más de un metro ochenta, muy tranquilo y apacible delante del
fregador, lavando platos. No me lo creía, pero ya llevaba dos meses trabajando
para el jefe, y siempre veía a Richard ahí, lavando los platos. Yo era el chofer,
así que un día el jefe me pidió que llevara a Richard a una dirección. Cuando
el jefe dio la orden, el hombre sin titubear, se quitó el delantal, tomo un
bolso y nos fuimos. Al llegar se bajó y me dijo: -Espera aquí.
Pasó una hora y Richard bajó
con su bolso y dos maletas. No pregunté, con el poco tiempo que tenía, había
aprendido a no hacer preguntas. Abrí el maletero y con mucho cuidado las
colocó. Cerré el maletero y le pregunté a donde iríamos ahora. Me dijo el
nombre de una calle cercana. Al entrar en ella me hizo estacionar en frente de
una carnicería. Bajó las maletas y entró con ellas. A los pocos minutos salió
sin ellas y nos fuimos de nuevo al apartamento donde siempre se reunía la
banda.
Al entrar el jefe gritó: ¿y
bien?
-Todo quedó limpio jefe
–gritó el hombre.
-¿Y el novato?
-Muy bien también.
El hombre se fue a la
cocina, se puso su delantal, se fue al fregadero y comenzó a lavar los platos
con tranquilidad. Yo me acerqué al jefe y este simplemente me dijo:
-Lavar platos lo relaja -hizo una pausa -¿Y a ti qué te relaja?
Cuentos cortos
Leopoldo Avendaño F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario