La filosofía y la práctica budistas plantean maneras saludables de enfrentarse a la muerte y así mejorar nuestra apreciación de la vida.
Paulo Coelho, cuyos libros se venden por millones en decenas de países, en su juventud escapó con vida de un incidente particularmente violento. La noche en que se refirió con todo detalle dijo que desde aquel día la muerte había sido su fiel compañera, caminando siempre a su lado. Y precisamente porque vive acompañado de la muerte a diario, ha sido capaz de vivir con la máxima plenitud posible.
Las personas solo pueden vivir plenamente si se enfrentan a la cuestión de la muerte a diario. Por ejemplo, cada mañana, al despertar me pregunto: «Si este fuese el último día de mi vida, ¿qué intentaría llevar a cabo?» De igual manera, cada noche, antes de acostarme, me gusta decir: «Esta noche puedo dormirme sin remordimientos, sin preocuparme por si mañana no me despierto, porque hoy he hecho todo lo que podía hacerse.»
La vida no existe separada de la muerte. Cuando confrontamos la realidad inexorable de la muerte, tomamos conciencia de nuestra propia mortalidad. Al trascender esta conciencia en dirección a la vida eterna y primigenia del universo, adquirimos una visión más esencial sobre la vida y la muerte de cada individuo, sobre la existencia humana, y podemos experimentar nuestro paso por el mundo de manera mucho más plena y sin lamentaciones. Este es el propósito del budismo y la verdadera finalidad de la fe y la práctica religiosa.
León Tolstói escribió: «La vida es alborozo, y también la muerte lo es.»
Por lo general, si vamos a un velorio o un entierro las personas se muestran muy triste por el ser amado que se marchó, sin embargo, si para nuestro sistema de creencias, esa persona ahora está en un "sitio" mejor, considero que yendo más allá de nuestro ego, deberíamos estar felices.
¡Feliz inicio de semana!
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