Siendo estudiante universitario, el historiador y
filósofo escocés Thomas Carlyle tuvo una discusión con un compañero de estudio
y, para pasar la rabia, se fue a su habitación en la universidad.
Allí se dedicó a repasar el altercado y, tras concluir
que su condiscípulo lo había insultado, decidió exigirle una satisfacción.
En el trayecto se topó con un profesor que, informado
de la discusión y conocedor del carácter apasionado de Carlyle, le dijo:
-Mi querido amigo. Tengo una gran experiencia de la
vida y conozco las tristes consecuencias de los actos impetuosos. Un insulto es
como la mancha que cae en nuestra camisa. La mancha puede quitarse
inmediatamente con un simple cepillo cuando ya está seca. Pero primero hay que
dejarla secar. No vayas con prisa, espera que tu ánimo se haya calmado por
completo y verás cómo todo se resuelve con mayor facilidad.
Carlyle hizo caso a su profesor y, en efecto, al día
siguiente, el compañero de estudios que lo había insultado se presentó
espontáneamente en su habitación a pedirle disculpas.
¡Feliz semana!
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