Luego de describir a una Ciudad Sana, Sócrates es tentado por Glaucón para que describa una Ciudad de Lujo.
¡Oh, vergüenza! Pero Sócrates está listo para la malsana tarea que se le encomienda.
SÓCRATES: Entonces ya no se contará entre las cosas necesarias solamente lo que antes enumerábamos, la habitación, el vestido y el calzado, sino que habrán de dedicarse a la pintura y el bordado, y será preciso procurarse oro, marfil y todos los materiales semejantes, ¿verdad?
GLAUCÓN: Cierto.
SÓCRATES: Hay, pues, que agrandar la ciudad. Porque aquélla, que era la sana, ya no nos basta; será necesario que aumente en extensión y adquiera nuevos habitantes, que ya no estarán allí para desempeñar oficios indispensables; por ejemplo, cazadores de todas clases y una plétora de imitadores, aplicados unos a la reproducción de colores y formas y cultivadores otros de la música, esto es, poetas y sus auxiliares, tales como rapsodas, actores, danzantes y empresarios. También habrá fabricantes de artículos de toda índole, particularmente de aquellos que se relacionan con el tocado femenino. Precisaremos también de más servidores. ¿O no crees que harán falta preceptores, nodrizas, ayas, camareras, peluqueros, cocineros y maestros de cocina? Y también necesitaremos porquerizos. Éstos no los teníamos en la primera ciudad, porque en ella no hacían ninguna falta, pero en ésta también serán necesarios. Y asimismo requeriremos grandes cantidades de animales de todas clases, si es que la gente se los ha de comer. ¿No?
GLAUCÓN: ¿Cómo no?
SÓCRATES: Con ese régimen de vida, ¿tendremos, pues, mucha más necesidad de médicos que antes?
GLAUCÓN: Mucha más.
SÓCRATES: Y también el país, que entonces bastaba para sustentar a sus habitantes, resultará pequeño y no ya suficiente. ¿No lo crees así?
GLAUCÓN: Así lo creo.
SÓCRATES: ¿Habremos, pues, de recortar en nuestro provecho el territorio vecino, si queremos tener suficientes pastos y tierra cultivable, y harán ellos lo mismo con el nuestro si, traspasando los límites de lo necesario, se abandonan también a un deseo de ilimitada adquisición de riquezas?
GLAUCÓN: Es muy forzoso, Sócrates.
SÓCRATES: ¿Tendremos, pues, que guerrear como consecuencia de esto? ¿O qué otra cosa sucederá, Glaucón?
GLAUCÓN: Lo que tú dices.
SÓCRATES: No digamos aún si la guerra produce males o bienes, sino solamente que, en cambio, hemos descubierto el origen de la guerra en aquello de lo cual nacen las mayores catástrofes públicas y privadas que recaen sobre las ciudades.
GLAUCÓN: Exactamente. La avaricia y el materialismo requieren no tan sólo la división del trabajo en general, sino también las distinciones de clase, un ejército y la creación de una élite dominante (los famosos guardianes platónicos).
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