Julio César (100-44 a. C.) fue un general romano que ganó importancia en el siglo I a. C. tras conquistar lo que hoy en día es Francia, Bélgica y el oeste de Alemania.
El Senado romano, liderado por Pompeyo, al sentirse amenazado por la creciente popularidad de Julio César, le ordenó disolver su ejército. Él se negó. Marchó con sus legiones hacia el Capitolio, cruzó el río Rubicón (un hito decisivo a partir del cual ya no había marcha atrás) e inició una guerra civil.
Persiguió a sus enemigos por toda Europa y hasta Egipto, donde finalmente sería asesinado Pompeyo. Antes de salir de allí, se enamoró de Cleopatra y la hizo reina.
Cuando volvió a Roma, instauró una dictadura. Fue asesinado en los res entre los que estaba su mejor amigo, Bruto.
Alrededor de la figura de Julio César se han tejido innumerables leyendas. Cuando tenía sólo veintitantos años, fue capturado por los piratas en el Mediterráneo oriental. Después de que sus hombres pagaran el rescate, juntó un pequeño ejército con los líderes locales, localizó a sus captores y los crucificó. Años después, en el 62 a. C., cuando estaba ascendiendo en la jerarquía política romana, se vio sacudido por un escándalo. Un patricio llamado Publio Clodio fue descubierto participando en un ritual religioso al que tenían prohibido el acceso los hombres. La ceremonia tenía lugar en la casa de Julio César, y pronto se extendió el rumor de que su presencia allí se debía a que mantenía un lío con la mujer de Julio César, Pompeya. César sabía que eso no era cierto, y así lo comunicó, pero pese a ello se divorció asegurando que su mujer y familia no sólo debían ser honestos, sino además parecerlo.
César fue nombrado dictador por el Senado en el curso de la guerra civil contra Pompeyo. Fueron tiempos críticos en los que se pensó que el líder necesitaría provisionalmente poderes especiales. Pero el estado de emergencia ya nunca se revocaría: la República nunca fue reinstaurada. César gobernó como dictador, pero tuvo cuidado de mantener la apariencia de que consultaba sus decisiones con el Senado (copado por sus aliados) y respetaba las tradiciones republicanas. Sin embargo, en los últimos años de su vida descuido estas costumbres, permitió que sus súbditos asiáticos lo adoraran como a un dios, y ordenó que se acuñaran monedas con su efigie (nunca antes se había hecho con una persona aún en vida) y la leyenda «Dictador perpetuo». Fueron esos honores gratuitos los que se cree que alimentaron el resentimiento que terminó por derrocarlo y costarle la vida.
DATO DE INTERÉS: Tras una exitosa campaña militar en Asia, César pronunció una frase que se haría famosa: «Veni, vidi, vici» (Llegué, vi y vencí).
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