Cuenta una vieja leyenda cristiana que un joven recién
convertido al Catolicismo recibió una cruz para portarla mientras hacía un
viaje, junto a otros peregrinos, desde un lugar de Europa hasta la ciudad santa
de Jerusalén.
Por el camino, el joven no hacía otra cosa sino
quejarse de la cruz que le habían dado y que lo obligaba a parase a cada rato y
rezagarse continuamente del grupo.
-¡Qué mala suerte la mía –se quejaba el joven-, tenían
que darme la cruz más pesada!
Una noche tormentosa en que los peregrinos acamparon
en la zona montañosa y se vieron obligados a dejar sus cruces en una pequeña
caverna, al resguardo de la lluvia, el joven decidió cambiar la suya.
Para ello aprovechando la oscuridad nocturna, se
introdujo en la caverna y con gran sigilo sopesó una a una todas las cruces.
Al fin, tomó la que le parecía más liviana y con ella
en su poder se fue a dormir.
A la mañana siguiente, cuando los peregrinos
reemprendieron el camino, el joven se asombró de que nadie se sintiese perjudicado
con el cambio.
Entonces se fijó bien en la liviana cruz que llevaba y
descubrió que la que había elegido en la oscuridad era la suya, la misma que
había recibido al inicio de la peregrinación.
¡Feliz viernes y excelente fin de
semana!
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