Entre los refugiados de la Segunda Guerra Mundial que
llegaron a comienzos de los años cuarenta a los Estados Unidos se contó una
familia hebrea, compuesta por la madre, un hijo y una hija, cuyo padre había
muerto en un campo de concentración nazi.
Años más tarde, una amiga de la familia encontró a la
madre en la calle y éste fue el diálogo entre ambas.
-¿Le han gustado los Estados Unidos a tu hija? –quiso saber
la amiga.
-Le encanta –respondió la madre-. Se casó con un joven
norteamericano excelente, que le ayuda en todas las labores de la casa. El
cocina casi todos los días, siempre lava los platos y se queda con el niño
cuando mi hija tiene que salir. Todo lo que él puede hacer por ella, lo hace
con gusto.
-¿Y a tu hijo, cómo le ha ido? –preguntó a continuación
la amiga.
-¡A mi pobre hijo, en cambio, le ha ido muy mal! –contestó
la madre, al tiempo que suspiraba-. ¡Se casó con una muchacha norteamericana y
tiene que ayudarle en todas las labores de la casa! ¡Imagínate, tiene que
cocinar casi todos los días, lavar siempre los platos y quedarse con el nene,
cuando ella quiere salir! ¡El pobre tiene que hacer de todo por ella, quiera o
no quiera, y ella no hace nada por él
* * *
Interesante el punto de vista de esta señora, ¿no les
parece?
¡Feliz semana! y este fin de semana
estén pendientes del blog “El señor de los milagros”...
Siempre el machismo!
ResponderEliminarPero, lee bien. La mamá era quien pensaba así. Mas que un tema de machismo es más bien como la mamá ve bien un hombre que ayuda a su HIJA, pero ve mal que SU HIJO ayude a su nuera... jajajaja
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