Las universidades tienen una gran misión que cumplir. El mayor orgullo del City College de Nueva York es su misión: educar a todo el mundo; y con eso se alude a los hijos de inmigrantes y otros colectivos que no pueden permitirse pagar las matrículas de la Ivy League pero que sin embargo merecen la oportunidad de cursar estudios superiores.
Si bien es indudable que las instituciones universitarias han prestado grandes servicios a la humanidad, también se ha dicho que son torres de marfil donde los académicos se enfrascan en sus investigaciones aislados de la vida cotidiana. A veces, en su premura por impartir competencias que respondan a las necesidades más prácticas de la sociedad, también descuidan y omiten el desarrollo de valores espirituales y humanos. Yo diría que este es un error bastante frecuente.
Muchos líderes que deberían estar trabajando en bien de la sociedad y del pueblo se han malogrado en nombre de un elitismo arrogante, urgidos por la búsqueda compulsiva del poder y del provecho personal. Nichiren deplora a estas personas llamándolas «animales talentosos». Sería un despropósito permitir que de nuestras universidades egresaran individuos con esta falta de valores. En reiteradas ocasiones he recalcado que las universidades necesitan cultivar integralmente a sus estudiantes y formar personas plenamente realizadas. De sus aulas deberían salir profesionales inteligentes y creativos.
La persona que ha recibido una formación integral y completa no es especialista en un único campo. Antes bien, posee amplios conocimientos, sinceridad, sentido de la responsabilidad y voluntad de trabajar por la felicidad de sus semejantes. Los valores humanos de ese calibre se consagran decididamente a mejorar la sociedad de todas las maneras que estén a su alcance.
Ojalá en nuestro país las universidades enfocaran sus esfuerzos en formar hombres y mujeres dispuestas a luchar por una mejor sociedad.
Feliz martes
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