Una mañana, un amigo del filósofo griego Diógenes el Cínico* encontró a éste en una calle de Atenas, riéndose a más no poder.
-¿De qué te ríes? -le preguntó.
-De la naturaleza humana -contestó Diógenes-. ¿Ves esa piedra que está en medio de la calle? Desde que llegué aquí, diez personas han tropezado con ella y la han maldecido, pero ninguna se ha tomado la molestia de apartarla para que no tropiecen los demás.
*Diógenes el Cínico (413 – 327 a. C.)
***
¿Cuántas veces nos pasa esto incluso a nosotros mismos? Que nos tropezamos una y otra vez con la misma piedra, y cuando nos tropezamos, hacemos tal cual dice Diógenes en la historia, no nos tomamos la molestia de apartarla para que otros no se tropiecen.
Cometer errores es de humano, como dice el dicho, y enmendar de sabios; sin embargo, ¿cómo logramos transferir este conocimiento a otros? Incluso, más allá, ¿Cómo logramos transferirlo a los hijos de una manera natural?
Un animal de manera innata ya “sabe” algunas cosas que pueden y algunas otras que no debe hacer.
Algunos científicos llaman a ésta intuición de los animales “inteligencia colectiva”, ¿Será que no hemos podido adquirir este tipo de inteligencia?
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